A principios de los años 60 el ingeniero Bernardo Quintana había realizado un proyecto integral para desarrollar el sistema de transporte colectivo –Metro- para la Ciudad de México. Después de ser rechazado primero por caro y luego por miedo a que no resistiera temblores, Díaz Ordaz dio el sí y en 1967 se inició el proceso de construcción de lo que hoy es nuestro Metro.
Para 1969 se inauguró el primer tramo, de Chapultepec a Zaragoza. Las empresas ICA y Alstom –curiosamente empresas involucradas en el escándalo de hoy por la línea dorada- fueron las constructoras de aquel primer tramo.
A partir de ese momento cada década se han ido aumentado trazos y líneas para ir atendiendo la demanda de los usuarios y las nuevas concentraciones urbanas.
Desde el primer tramo inaugurado hace 50 años, todas las Líneas han funcionado sin mayores desperfectos. Todas requirieron tecnología de punta para excavar en suelos inestables como el del Distrito Federal, todas implicaron diferentes profundidades y retos. Todas estás líneas han estado en operación por años y las fallas son ocasionales y de bajo riesgo.
Por eso, cuando en 2012, con toda la tecnología de punta, con toda la vanguardia tecnológica, con toda la capacidad para hacer estudios y análisis de terrenos y trazos y, sobre todo, con una capacidad financiera nunca antes vista, resulta inaceptable, increíble que hayan hecho mal la Línea Dorada. Que hayan diseñado mal las curvas, escogido mal las vías y contratado los trenes equivocados.
Es inaudito que no haya responsables de tamaña imbecilidad, de tamaña estafa. Es una locura digna de nuestro país que un proyecto de ese tamaño se haya, simplemente, regado el tepache de esta descomunal manera. Y sí, todos estos adjetivos son absolutamente intencionales.
Y más tepache se riega cuando los políticos involucrados empiezan con maniobras leguleyas para escapar a la realidad, para escapar a su responsabilidad y finalmente tratar de escapar al juicio público y legal que se les avecina.
La estrategia de Ebrard al salir a dar la cara, sólo responde a un factor: el miedo. Esta siendo amenazada su credibilidad y hasta libertad. Si le hubieran dado, como el desea, carpetazo al asunto, seguramente él nunca se hubiera ofrecido a comparecer y explicarnos a los capitalinos qué pasó con los 24 mil millones de pesos invertidos –dinero tuyo y mío- o a darle la cara a los miles de afectados en Tláhuac que habían imaginado su vida con un Metro que los llevaba en un poco rato al centro de la ciudad.
Hoy nos faltan 24 mil millones de pesos, nos falta la Línea de Metro pensada para esa fecha, nos faltan los responsables, sus castigos, nos falta la solución al problema y sobre todo nos faltan políticos con vergüenza. Políticos que no estén tranquilos regando el tepache.