Toda mi vida he militado en contra de la literatura comprometida. Toda mi vida he defendido la autonomía y la libertad del escritor como su única causa. Estoy convencida de que supeditar la creación a una postura política no sólo coarta la libertad del autor sino que tampoco ayuda verdaderamente a la causa que éste quisiera apoyar. También he sostenido que, si el escritor se siente identificado de manera personal y genuina con un tema político o social, entonces la novela que escriba no será “literatura comprometida” sino literatura y, como dice Vargas Llosa en Cartas a un joven novelista, hija de la necesidad y de la experiencia. Sin embargo, ayer por la mañana, tras leer la noticia del atentado al periódico francés Charlie Hebdo, sentí una conmoción tal que todas estas creencias saltaron por los aires.
Dos días antes, se había publicado en Francia Sumisión de Michel Houellebecq, un escritor muy controvertido y a menudo provocador, a quien le gusta anunciar la decadencia y el final de Occidente. En esa novela el autor de Las partículas elementales vaticina que en el 2022 las elecciones se llevarán a cabo entre el Frente Nacional —el partido fascista en ascenso— y una Fraternidad Islamista, dirigida por un religioso moderado. Por vía democrática y con total suavidad, Francia se convertirá según Houellebecq en un Estado islamista y, por fin desembarazados de los “derechos humanos” y su valor principal, la libertad, los franceses serán felices. Houellebecq eligió ese título para su novela para recordar que Islam significa “sumisión”. Y que en ésta radica la clave de la “verdadera vida”. Sumisión no únicamente al Corán sino también a la yihad y a la intifada.
La novela ha causado, incluso antes de aparecer en librerías, un auténtico revuelo. Ayer mismo Le monde des livres saludaba su publicación con artículos muy elogiosos, firmados por escritores de primera línea, quienes no dudaron en calificarla como una obra maestra y a su autor como un verdadero profeta. Autores muy respetados intelectualmente preguntándose en serio, junto a Houellebecq, si no convendría olvidarse de la libertad de pensamiento y de expresión para vivir sometidos pero en paz. Un juego retórico que quizás hizo sonreír a algunos detractores de la democracia, pero por muy poco tiempo: ayer por la mañana, Charlie Hebdo, uno de los periódicos más chispeantes, lúcidos, mordaces e irreverentes, fue atacado por tres terroristas que, kalashnikov en mano, entraron a la redacción y abatieron a doce periodistas y dibujantes, hiriendo gravemente a once personas más.
¿Terminar con la libertad nos hará más felices, señor Houellebecq? No sé qué opine usted ahora mismo. Quizás se esté frotando las manos junto a su chimenea como Durtal el personaje de Huysmans, de quien se siente deudor y heredero. La mayoría de los occidentales que usted tanto desprecia, en cambio, nos sentimos desolados. La libertad de expresión, esa misma por la que murieron estos doce periodistas, es un derecho irrefutable. Sin embargo, ejercida sin responsabilidad, ya sea en la literatura o en la vida cotidiana es —acabamos de verlo— extremadamente peligrosa. Yo creo en la libertad de expresión y por lo tanto también en la suya, señor Houellebecq, pero antes antes de desearle la conversión al Islam a su quizás decadente pero muy ilustre país, debió reflexionar con más responsabilidad sobre las consecuencias reales, y no solamente mediáticas o retóricas, de su ominosa profecía.
(Guadalupe Nettel)