Escribo esta columna francamente conmovido, tras haber visto hace algunas horas en vivo y en directo a Natalia Lafourcade, cerrando el ciclo de Musas, su álbum más reciente. Imposible no hacerse la pregunta: ¿es la mejor artista de 2017?
Natalia Lafourcade lleva rato dando pasos grandes y firmes. Sus últimos tres discos han sido exitosos; en términos comerciales sin duda, pero más en términos artísticos. Han sido declaraciones de una artista que no hace concesiones para nadie, que se deja guiar por sus amores musicales, por sus instintos, por su curiosidad y por su talento. No permite que la disquera con la que está firmada desde el principio de su carrera (hace más de década y media) se cuele en sus decisiones artísticas. Tampoco se deja llevar por las tendencias o las modas. No está cazando views, likes o followers, sino siguiendo sus corazonadas. Su música es una anomalía en la frecuencia modulada —al menos en la que conozco, la de esta ciudad— donde reinan el reguetón y sus derivados, el pop más frívolo y las superestrellas del mundo anglosajón. Ella suena en la radio tocando una canción desgarradora de Violeta Parra, acompañada de Los Macorinos, los fabulosos y veteranos músicos que tocaron con Chavela Vargas, nadando contra corriente, dando lecciones del pasado musical de Latinoamérica, de las compositoras que la han inspirado. Ya lo hizo un par de años antes, presentándole la música de Agustín Lara a una generación que quizá no se había adentrado en la música de este genio.
Como les decía al comienzo de esta columna, lo de Natalia en vivo y en directo es conmovedor, mucho más que sus álbumes. Me explico: en sus discos queda plasmada su creatividad, su imaginación, su irreverencia. Respeta tangos, boleros y sones, pero los retuerce un poco, se apodera de ellos y crea géneros que aún no han sido nombrados. En el concierto lo que se experimenta es su talento, que parece inagotable: es una instrumentista competente (hasta donde yo me quedé, toca todo y con solvencia), una cantante muy poderosa (su versión casi a capela, solo ella con su guitarra eléctrica, aún sin grabar, de “Cucurrucucú paloma” es impresionante) y, además, es muy entretenida. No hay pierde. El concierto que me tocó atestiguar aparecerá en febrero —si los planes no cambian— y me darán la razón cuando lo vean. También vendrá un segundo volumen de Musas. Y luego, surge una pregunta cuya respuesta resulta intrigante: ¿a dónde irá Natalia? ¿Seguirá explorando el pasado? ¿Intentará regresar al pop? ¿Le dará un espacio a su lado más experimental? No lo sé. Mientras tanto, es, para mí, la mejor artista de 2017 en México.