Con actitud distinguida y mirada de señor conspicuo, Jesús Zambrano (saco cerrado en el botón superior ahorcando su gran abdomen) acató la orden del Presidente Peña Nieto, que con sonrisa complacida, ojos chispeantes (por ese brillo que da aplastar al oponente), estiró su brazo cordial para que él, Presidente del PRD, y el líder del PAN, se sentaran a coronar el gran momento: la firma del Pacto por México. El rostro de Peña Nieto, exultante aquel 2 de diciembre del año pasado, se refrescaba por esa mueca traviesa que produce contener la risa. La derecha panista, personificada por Gustavo Madero, estaba bajando la cabeza frente al gobierno, y eso era motivo de alegría. Pero el origen de la euforia del primer mandatario era otro: a sólo 11 días de iniciar la Presidencia, la izquierda que Zambrano encarnaba estaba dando su aval al Pacto tripartito y, con ello, se olvidaba por fin del multimillonario rebase del tope de la campaña electoral, de la compra de votos vía Monex, del incondicional apoyo del IFE al Tricolor y del histórico papel del molesto insurrecto López Obrador. Con su rúbrica ante las cámaras y el país, Zambrano y su partido legitimaron a Peña, renunciaron a sus endebles principios de justicia social y a ser una oposición real. Pero hubo algo aún más grave: al firmar el Pacto, el perredista en realidad firmó a Peña Nieto un cheque en blanco, el aval para que el PRI hiciera lo que sus majestuosas gónadas de dinosaurio mandaran. Y claro, para disimular su infamia el PRD envolvió su rendición nauseabunda con moño y papel de regalo coquetos, es decir, con el discurso de “todos debemos unirnos para fortalecer a México” y bla bla bla. Peña pudo gritar “goool” en aquella mesa de caoba instalada en el Castillo de Chapultepec, pero ésos no son los modales revolucionarios institucionales. En un inciso del Pacto, el PRI tuvo la decencia de sembrar una pista de sus intenciones: “Se realizarán las reformas necesarias, tanto en el ámbito de la regulación de entidades paraestatales, como en el del sector energético y fiscal para transformar a PEMEX en una empresa pública de carácter productivo, que se conserve como propiedad del Estado pero que tenga la capacidad de competir en la industria hasta convertirse en una empresa de clase mundial”. ¿A quién le extraña que el PRI -el mismo que cedió Telmex a un solo empresario, que otorgó la educación pública a una delincuente, que eternamente enriquece a sus miembros vía la trampa en el ejercicio público- ahora entregue el petróleo mexicano a la iniciativa privada? A nadie. Como el alacrán, que por su naturaleza clava el aguijón, por naturaleza el PRI saquea. Ahora que el PRD se queda afónico de gritonear una y otra vez en el Congreso que el PRI y el PAN son “traidores a la nación” por conceder nuestro petróleo al sector privado, y sus diputados llenan sus bocas de la palabra “¡traidores!” -que repiten gustosos como quien muerde un mango que derrama abundante jugo dulce-, habría que avisar a esos legisladores de izquierda que el PRI no traicionó a nadie. El PRI actuó conforme a su naturaleza. Los traidores, los verdaderos, son los que hoy se proclaman defensores de la patria pero que con corbata amarilla firmaron el Pacto con que el PRI logró, otra vez, volverse el dueño de todo, y pudo seguir haciendo la mueca traviesa de los ganadores cuando aplastan al enemigo y quieren contener la risa.
(ANÍBAL SANTIAGO / @apsantiago)