El Señor ha multiplicado las transas, las despensas, los tenis, las pantallas, y las ha repartido entre aquellos que lo siguen. Y les ha prometido un mundo mejor si están a su lado y le conceden el fuero eterno. Un mundo mejor que sólo será posible si votan por Él en las urnas y le toman foto a su voto con el celular como prueba de su fe.
El Señor ha metido a los mercaderes al templo y los mercaderes se han corrido. Y los mercaderes ahora son sus apóstoles y definen qué se compra y qué se come, qué se oye y qué se dice y el Señor los premia y los reconforta porque así es el Señor de generoso con aquellos que le muestran su fe.
El Señor ha dicho: “Dejad que las niñas se acerquen a mí”. Y aunque muchos lo han atacado por ello, en fondo su amor inconmensurable como Él mismo es el que prevalece en todos sus actos. El Señor en sí mismo es un acto de amor encarnado. Pero sólo quien tiene verdadera fe puede ver su belleza impoluta y su inocencia cósmica.
El Señor borra los pecados de quien lo sigue porque su Reino es un reino del perdón. “Perdóname que yo te perdonaré” es su máxima favorita, la que resume todo su pensamiento y su sentir, ese que los paganos no entienden y malinterpretan llamándolo “impunidad”.
El Señor sufre por nuestros pecados, se enferma, se siente mal por nuestra falta de fe, nuestra falta de confianza en el sacrificio que hace por todos nosotros. Incluso ha pensado en adelantar su partida de este mundo, pero prefiere esperar los protocolos, prefiere esperar no sólo a que lo perdonen sino que además le pidan perdón, como clama uno de sus apóstoles favoritos.
En cuanto el Señor (o su hermana o su Santa Madre) sea elegido por la fuerza de la fe y de los votos, Él desaparecerá, se irá de este plano físico para no volver a responder ni por las promesas, ni habrá nuevas pantallas ni despensas, pero el Señor resucitará al tercer año, cuando termine su misión en ese hueso y sus devotos podrán agradecerle en persona el haberlos ayudado a desprenderse de lo material en pos de la fe.
El Señor está con nosotros. Su rostro se nos aparece en ayates plásticos en cada esquina. En la tele, en la radio, en el cine. Escuchamos su Voz a cada momento.
El Señor es omnipresente, y aunque en apariencia tiene diferentes rostros. Todos sabemos que es Él. Es el mismo siempre. El Señor: el que multiplica los panes y los pejes, y los príes y los verdes, y los perredés y las turquesas. ¡Alabado sea!
(FERNANDO RIVERA CALDERÓN)