La música del tiempo

No seré el primero ni el último que piense que sin música la vida sería insoportable. “Un error”. Lo dijo Nietszche y lo dijo el supergrupo Niche. Y yo suelo estar de acuerdo a menos que al supergrupo Niche lo estén poniendo los vecinos a todo volumen a las 5 de la madrugada. La música acompaña nuestros días y los hace más ligeros. Yo, por ejemplo, me baño con ella, desayuno escuchándola cantar con sus miles de voces y habitualmente me duermo con ella (cuando algunos incrédulos aseguran que me duermo solo). Su cálido abrazo me arrulla como sólo lograban hacerlo las nanas de mi abuela cuando era un niño.

En días como estos uno puede disfrutar mejor la música. Toda la música. Ella necesita tiempo porque de tiempo está hecha. Hoy, por ejemplo, me desperté pensado en una canción de Roberto Carlos: “Un gato en la obscuridad”. Realmente la compuso el italiano Toto Savio, pero Roberto Carlos la dotó de un espíritu especial. Su versión en castellano es hermosa salvo que suena más bonito decir en italiano: “saltare un cancello”, que decir en español: “saltando una verja”.

El gran Roberto Carlos me llevó a la música de otro brasileño ejemplar: Tim Maia. Este hombre tuvo una etapa musical muy interesante que se refleja en el disco: “World Psychedelic Clasics #4”, que les recomiendo ampliamente. Maia tiene lo mejor de Brasil pero le agrega un poco de Funk, un poco de Rythm’n’blues y el resultado es espectacular. Su música invita mover el cuerpo y a sacudir las neuronas.

En ese ánimo en el que la música de todos los tiempos dialoga como si no tuviera edad o desde siempre tuviera todo el tiempo del mundo sigo escuchando canciones. Me muevo del sonido brasileño de Roberto y Tim a la guitarra, a la sensualidad de la interpretación de José Feliciano del clásico “Susie- Q.”, pero sólo estamos de paso porque mis oídos se acercan a algo mucho más delirante.

Hablo de una versión en jazz de una de mis piezas favoritas de Chopin, el “Vals Opus 64 No.2” de un disco que desafía al aburrimiento cósmico: “Chopin meet the blues”. Hallazgo musical que agradezco tanto como el de ese disco extraño de Roberta Flack, la misma de “Killing me softly whith his song”, en el que interpreta canciones de los Beatles de una manera deliciosa e insospechada.

No sé en qué momento el orden aleatorio de la música que atesoro decidió pasar de la música popular y rítmica al mundo sonoro de Brian Eno con el primer track de su disco LUX. El tiempo se dilata como una bomba de chicle. El sol se oculta tras una nube y todo lo que pienso me parece un hai ku. Ustedes dirán: “Si no la controlas no la fumes”, pero esto va más allá de que la legalicen.

Momentos así, me hacen comprender las líneas de Jeanne Hersch, filósofa discípula de Heidegger, cuando habla de la música y el tiempo:

“Las notas y los ritmos se suceden y se desvanecen, pero al mismo tiempo no se desvanecen, cada uno implica los precedentes. No se trata de memoria, sino de un denso presente, extendido, que dura: que es, en lo vivido por los hombres, lo más parecido a una miniatura de eternidad”.

En fin, que lo único que quería con todo esto era desearles que llenen estos días de “miniaturas de eternidad”. Que vivan su vida como si fuera una canción y que hagan un poco de música con el corazón. Después de todo darle su tiempo a la música permite distinguir en ocasiones la sobrecogedora música del tiempo.

Nos vemos en el 2014.

FERNANDO RIVERA CALDERÓN / @monocordio)