La otra fuga del Chapo

El 21 de enero de 2001, después de enterarse de la primera fuga de Joaquín El Chapo Guzmán, el presidente Vicente Fox ordenó publicar miles de desplegados en paredes de edificios públicos y páginas completas de periódicos de todo el país, pidiendo ayuda a la sociedad para recapturar al capo del Cártel de Sinaloa. “Cualquier información se agradecerá al teléfono 01800 440 3690 o en el Distrito Federal el 51 40 36 90 de la Policía Federal Preventiva. Se garantiza la confidencialidad de la fuente”, se solicitaba en los cartelones oficiales.

Y la sociedad respondió de inmediato: las líneas telefónicas abiertas llegaron a saturarse en algún momento de tantas llamadas que entraban, a un ritmo de hasta cien por hora. Pero las pistas dadas por los informantes eran compartidas entre risas del otro lado de los teléfonos, donde se escuchaban voces, lo mismo de jóvenes bromistas que de adultos al parecer divertidos con la ingenuidad del nuevo gobierno federal, que apenas arrancaba su sexenio con una fuga del Penal de Máxima Seguridad de Puente Grande. Ante el caos que había en los centros de atención telefónica, un mando de la Policía Federal Preventiva anunció públicamente que habían tomado la decisión de tomar en cuenta solamente las llamadas de “gente mayor” e ignorar las de jovencitos que aseguraban haber avistado al Chapo, lo mismo en el Zoológico de Chapultepec, que en una feria popular de Tlaxcala, subiéndose a la rueda de la Fortuna.

En esa tónica, al penal de Puente Grande se le rebautizó como Puerta Grande y El Chapo compartiría con el paso de los años, uno que otro chiste con el travieso Pepito.

Como el chiste del niño que levanta la mano para preguntar, durante un evento del presidente Felipe Calderón en su escuela.

-¿Cómo te llamas, niño? – le dice el mandatario.

-Pepito.

– ¿Y cuál es tu pregunta, Pepito?

-Tengo 2 preguntas. Primera: ¿Por qué no quiso que hubiera un conteo voto por voto de la elección del 2006?, y la segunda: ¿Qué pasó con El Chapo Guzmán?

Justo entonces suena la sirena del recreo. El presiente Calderón les dice a los niños que continuarán después del descanso. Cuando este acaba, el presidente Calderón pregunta de nuevo, quién tiene preguntas.

Otro niño levanta la mano.

– ¿Cómo te llamas, niño?- le pregunta el Presidente.

– Juanito.

– ¿Y cuál es tu pregunta, Juanito?

– Tengo 4 preguntas. Primera: ¿Por qué no quiso que hubiera un conteo voto por voto de la elección del 2006?, la segunda: ¿Qué pasó con El Chapo Guzmán?; la tercera: ¿por qué la sirena del recreo sonó media hora antes?, y la cuarta: ¿dónde está Pepito?

La fuga del Chapo Guzmán marcó a los gobiernos panistas. Desde el sexenio de Fox no dejó de sospecharse a lo largo y ancho del país en torno a la complicidad entre personajes del nuevo gobierno emanado del PAN y el Cártel de Sinaloa para organizar el negocio del narcotráfico en el país. La sombra de dudas sería heredada por el siguiente gobierno de Felipe Calderón, en medio del uso que hizo éste de “la guerra del narco” para legitimarse luego de asumir al poder en 2006, tras un proceso electoral desastroso y cuestionado.

En los días posteriores a la fuga, todo mundo daba declaraciones desconcertantes y quedaba en evidencia la anarquía oficial, si vale el término. El delegado de la PGR en Sinaloa, Miguel Alejandro Sánchez, decía que ahí en Sinaloa no se le estaba buscando. “El señor Guzmán no tiene procesos pendientes en ningún ámbito legal en Sinaloa, quizá a eso se deba que esta delegación de la PGR no ha implementado hasta el momento algún operativo especial de recaptura”, declaró a la prensa. Por su parte, en la Ciudad de México, José Jorge Campos Murillo, subprocurador de Procedimientos Penales de la PGR, consideraba poca cosa la evasión del Chapo. “El Estado es muy fuerte y no por un individuo que se escapa y que no deja de ser un delincuente van a temblar las instituciones”.

Y mientras que algunos en la PGR decían que no había búsqueda especial del Chapo, todos los periódicos nacionales enviaron reporteros a Sinaloa a estar atentos de lo que pudiera suceder. El 24 de enero de 2001, Iván Frutos, corresponsal de Reforma, publicó una crónica de su visita a La Tuna, el lejano poblado de Badiraguato donde nació El Chapo.

“Su influencia se siente, las preguntas sobre él provocan silencio, infunden respeto, su recuerdo es reciente y sin embargo, aquí en su pueblo natal, todos afirman que desconocen la fuga, sus planes o las conexiones de Joaquín El Chapo Guzmán Loera. “No sé nada”, “no lo he visto en años” e incluso “ni lo conozco”, son algunas de las respuestas que se obtienen al inquirir sobre el poderoso capo del narcotráfico, inverosímiles si se toma en cuenta que aquí aún viven dos de sus más directos familiares. “Tengo poco aquí, bajo y subo cada semana de Culiacán al pueblo, incluso ni sabía que de aquí era ese señor. “Tampoco sabía de la fuga, es que acá llegan muy poco las noticias, no tenemos electricidad”, dijo Porfirio Tirado, maestro vespertino de la única escuela secundaria del lugar”.

Las instancias gubernamentales involucradas en el mundo penitenciario se echaban la pelota unas a otras. La Comisón Nacional de Derechos Humanos acusó a la secretaría de Seguridad Pública Federal de ignorar sus advertencias; el secretario de Gobierno de Jalisco, Mauricio Limón, responsabilizó a la Comisón Nacional de Derechos Humanos, por no haber dado a conocer la información que tenían sobre la corrupción penitenciaria en el centro penitenciario. Ninguna autoridad asumió nunca su responsabilidad sobre lo sucedido. Casi una centena de celadores y funcionarios menores fueron investigados, algunos procesados y hasta ahí acabaron las indagaciones. Según la CNDH, El Chapo entraba y salía de Puente Grande con el apoyo de celadores, además de que contaba con una serie de privilegios como la introducción de drogas, alcohol y mujeres. José Antonio Bernal, entonces Tercer Visitador de la comisión dijo: “Supimos que a este penal entraban, entre otras cosas, drogas, alcohol y mujeres para reclusos privilegiados… había privilegios que reflejaban una ligereza y relajamiento de la seguridad… había hielos, chicles, comida, droga, pastillas no autorizadas, medicamentos no permitidos, alcohol, vitaminas, mujeres, las pasaban en las camionetas del mismo penal”.

Meses después, celadores rendirían declaraciones ministeriales que permiten asomarse un poco a la corrupción del sistema penitenciario mediante la cual pudo escaparse El Chapo. Uno de los guardias, según consta en el expediente PGR/UEDO/001/2001, declaró:

“El 90 por ciento de los trabajadores de este Cefereso recibimos diversas cantidades de dinero que van desde 250 pesos por turno, para los que somos oficiales de prevención; los segundos comandantes reciben una mensualidad de 9 mil pesos; los comandantes de compañía 30 mil pesos mensuales; el subdirector de Seguridad Interna, Francisco Fernández Ruiz, 10 mil dólares mensuales de cada uno de los tres señores; y 45 mil pesos para cada uno de sus adjuntos”.

Para escaparse, de acuerdo con el expediente, El Chapo usó ese sistema de corrupción, al mismo tiempo que revivió una vieja leyenda carcelaria. Según ésta, había en el interior un kilo de oro que un viejo maestro se había robado a una empresa que tiempo atrás utilizaba a los internos para trabajar con ese metal. Miguel Angel Leal Amador, un custodio sinaloense, a quien El Chapo ayudó a pagar la atención médica que requería su hijo recién nacido, se convirtió en uno de sus cómplices para poder sacar “el kilo de oro”, así como también, otro custodio llamado Francisco Camberos Rivera, El Chito. De esta forma, a las 20:40 horas del 19 de enero de 2001, El Chito salió del Penal con un carrito de mantenimiento en donde llevaba “el kilo de oro ”, que en realidad era El Chapo.

Durante los días siguientes, el “operativo especial de recaptura” del Chapo, paradójicamente, recayó en dos de los hombres sobre quienes había sospechas: Uno era José Trinidad Larrieta, jefe de la Unidad Especializada contra la Delincuencia Organizada (UEDO) y el otro, Jorge Tello Peón, subsecretario de Seguridad Pública, este último, el mismo que el día de la fuga estuvo en una visita oficial en el reclusorio de Puente Grande, y quien años más tarde, sería llamado por el presidente Felipe Calderón para convertirse en una especie de zar invisible antidrogas, al asesorarlo en temas de seguridad.

A la par de los yerros oficiales, la figura del Chapo se fue mitificando. Algunos de sus excompañeros de cárcel dieron a conocer sus opiniones en torno a él. Bertoldo Martínez Cruz, coordinador de Derechos Humanos del PRD en Guerrero, quien había estado en Puente Grande, acusado de ser guerrillero, evocó: “Sabíamos que era El Chapo, que era el famoso narcotraficante, pero en el penal de Puente Grande nadie tiene apodos, todos somos como si fuéramos iguales. Él era alguien humanitario porque cuando llegamos golpeados, él protestó para que no nos trataran así. Conocí a otro Joaquín, no al que describen en la televisión, que le llevaban vino, mujeres, droga, eso es mentira, eso es imposible, como también que se haya fugado, y menos entre la basura”. Según el perredista, El Chapo era admirador del “candidato de las botas”, Vicente Fox Quesada. “Preguntaba sobre nuestras familias, pero era muy reservado, no hablábamos de narco ni de guerrilla, nada más de la familia”.

El exzar antidrogas, Jesús Gutiérrez Rebollo, desde el Penal de Almoloya, también opinó a petición de los reporteros de Reforma, Isaac Guzmán y Andrés Zúñiga, quienes lo entrevistaron vía telefónica el 29 de enero de 2001, sobre la fuga del Chapo.

“Yo siento que ahorita lo primero que va a hacer este hombre es tratar de recuperar lo perdido (interferencia con ruidos en la línea telefónica), lo que ha gastado (interferencia)… es de (interferencia), para eso necesita ponerse en paz primero y dedicarse a tratar de recuperarse, porque estos piensan luego, luego, en el dinero, en los billetes”. Sobre la forma en que pudo haber logrado escapar, consideró: “Lo que dijo Tello Peón es mentira (interferencia), ¿por qué?, porque dice que salió de su módulo tres, que el pasillo y más; mentira (interferencia), aquí nadie puede deambular solo, a donde vaya uno, va uno con un custodio, las puertas son eléctricas (interferencia), el módulo que las controla está independiente de todo”. En cuánto al sitio dónde El Chapo podría esconderse, especuló: “Hay dos opciones: una, que quiera ausentarse por un tiempo, inclusive del país; usted sabe bien que hay un movimiento de droga por mar (interferencia), de sur a norte; en el día pescan y en la noche caminan con la droga, y ahí van caminando. Acuérdese que él domina Nayarit, su hermano debe de andar por ahí, entonces nada le hubiera costado; y le quedan cerca de Guadalajara (los poblados de) Bucerías, San Blas o un lugar de por allí… una buena lancha y caminar en sentido contrario (al sur), esa podría ser una; la otra, ¿en qué lugar pasa la gente más desapercibida?, pues en México (DF), ¿verdad?”.

El Chapo, cuyo nombre completo es Joaquín Archibaldo Guzmán Loera, nació el 4 de abril de 1957, en el poblado Las Tunas, municipio de Badiraguato, Sinaloa. Había sido capturado el 9 de junio de 1993, según la versión oficial, en Guatemala; deportado a México al día siguiente, y trasladado al Penal de Almoloya de Juárez inicialmente, aunque en noviembre de 1995, gracias a un fallo judicial, fue enviado al penal de Puente Grande, donde compartiría la prisión con Héctor El Guero Palma y Arturo Martínez El Texas, con quienes continuaba dirigiendo al Cártel de Sinaloa desde la cárcel, teniendo afuera como operadores a los hermanos Beltrán Leyva y a Arturo Guzmán Loera, hermano del Chapo, apodado El Pollo o El Chapito. Ismael El Mayo Zambada” y Juan José Esparragoza El Azul, formaban parte también de la organización sinaloense.

Thomas Constantine, director de la DEA a finales de los noventa, compareció en marzo de 1998 ante el Congreso de Estados Unidos y describió así las operaciones del Cártel de Sinaloa: “Aunque está encarcelado, Guzmán Loera todavía es considerado una amenaza mayor por agencias policiacas de Estados Unidos y México. Su hermano Arturo ha asumido el liderazgo, y la organización sigue activa en México y en las zonas Suroeste, Oeste y Medio Oeste de Estados Unidos, además de América Central. El grupo transporta cocaína desde Colombia hacia México y Estados Unidos, y se la compra a remanentes de los Cárteles de Cali y Medellín. La organización también está involucrada en contrabando, almacenamiento y distribción de marihuana mexicana y heroína importada del sureste asiático”. Dos antiguos sicarios del Cártel de Sinaloa, convertidos por la PGR en los testigos protegidos “Julio” y “César”, afirmaron también que desde 1995, Arturo Beltrán Leyva enviaba dinero a “El Chapo” a la prisión.

Antes de su fuga de Puente Grande, El Chapo había saltado a la fama por la balacera del 24 de mayo de 1993 en el aeropuerto de Guadalajara, en la cual los Arellano Félix, en su intento por aniquilarlo, lo habrían confundido con el Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo. Las pugnas entre ambas organizaciones criminales se habían desatado de manera gradual a partir de la detención de Miguel Ángel Félix Gallardo en 1989, cuando Ciudad Juárez, Tijuana, Mazatlán y Guadalajara se convirtieron en zonas disputadas por los antiguos colaboradores del Jefe de Jefes.

Cuando El Chapo Guzmán fue internado al Penal de Puente Grande, le fue practicado un examen psiquiátrico en el cual se concluye que sus “funciones mentales se encuentran dentro de los parámetros normales”, que es un hombre de peligrosidad social media y que “conoce la trascendencia moral y social de sus actos”. Durante el examen practicado por un médico llamado Moisés Ortiz Medina, quien se entrevistó en varios ocasiones con El Chapo, este rechazó ser narcotraficante, se asumió como agricultor y dijo que le gustaba el alcohol, pero no la droga. El examen descartaba que tuviera una destreza fuera de lo común como para realizar una fuga como la que había hecho.

O el examen psiquiátrico estaba equivocado o la corrupción institucional mexicana es capaz de convertir a un capo normal en un auténtico genio del escapismo.