La oposición que protesta en contra del régimen de Nicolás Maduro está dividida en dos bandos: la guiada por Leopoldo López, un hombre de clase acomodada con estudios en Harvard que llama al derrocamiento del Presidente y la de Henrique Capriles, ex candidato presidencial que rasguñó el triunfo de Maduro el año pasado al quedar menos de un punto abajo, que lo coloca como el ala moderada.
López ya obtuvo lo que se necesita aquí, en Venezuela para llegar a la silla Presidencial, o al menos eso es lo que dice la historia de los últimos jefes de Estado. Chávez y Maduro, incluso, se conocieron en la cárcel. López busca rebasar así a Capriles, quien a pesar del reducido margen con el que acabó en la contienda electoral y el rechazo del oficialismo para revisar voto por voto las urnas, apaciguó los ánimos enardecidos de un sector de la oposición dispuesta a impedir la toma de protesta del ahora mandatario.
Quizá, esto obedezca en gran medida, a que Capriles en estado consciente calculó que el de Maduro fue una victoria pírrica, la cuál desde sus primeros meses demostró el ocaso de un esquema de gobierno socialista y que en 15 años de administración bolivariana ésta enfrenta su peor momento.
En estos días Capriles, también con estudios en el extranjero entre ellos en Columbia, Nueva York, ha llamado a los venezolanos a alargar las protestas como una forma de presión para lograr la reivindicación de las políticas nacionales y económicas de un país situado en los peores índices y que le da todos los ingredientes para cocinar un caldo de cultivo como alimento para la resistencia civil contra la policía y guardia nacional que, a su vez, buscan impedir que crezcan las movilizaciones de la Primavera Vinotinto.
El país con ingresos petroleros apenas por debajo de México, está ubicada en los primeros lugares de inflación mundial, desabasto alimenticio, inseguridad y deuda pública.
La misma negación del gobierno al conflicto que se vive todos los días, desde ir a buscar un litro de leche a los supermercados, aviva la molestia de los venezolanos, sobre todo de la clase media, pero que empieza a calar en los barrios pobres beneficiados con políticas asistencialistas que incluyen beneficios económicos a personas mayores, madres solteras y desempleados.
Como gobernador del Estado de Miranda, Capriles busca pues, capitalizar su figura a un ritmo pan pianito, pero con la entrega de Leopoldo a la justicia venezolana que lo acusa de incitar a la sublevación es como si, los liderazgos de los nuevos rostros, al mismo tiempo, vivieran otra guerra silenciosa por ver quién de la oposición obtiene la popularidad más redituable.
Su activismo con un discurso prudente, dentro de lo que cabe, Capriles, incluso, ha venido avanzando en su estrategia. Apenas en las últimas horas dijo lo siguiente: “Hay que sacar la política y al gobierno cubano de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. Nicolás está destruyendo el sentimiento de la gente hacia esa institución”. Si algo debe preocuparle a Maduro en estos momentos más que las movilizaciones es conocer bien a bien cómo está el ánimo en la milicia frente a todo lo que está ocurriendo en las calles. El mismo Chávez lo experimentó fuera y dentro de Miraflores: primero como opositor dio un fallido golpe de estado con ayuda militar, luego como Presidente fue echado, aunque después las mismas Fuerzas Armadas lo regresaron, esto al notar la perversidad del presidente interino por desaparecer de un plumazo elementales artículos de la Constitución.
En cambio, mientras López espera sentencia y escribe cartas desde la cárcel en las que dice: “Tenemos que seguir en la lucha, no hay razón para claudicar”, también suma a otra aliada que, por segunda semana consecutiva, desde la entrega de López, guía la campaña de éste político que se ha dado a conocer a nivel mundial: su esposa. Una mujer rubia bonita que ha dicho que cuándo sus hijos preguntan en dónde está papá contesta que se fue a entrenar para rescatar a Venezuela.
Allí están los dos líderes contemporáneos, de menos de 45 años, que no pudieron convivir en la misma casa hace alrededor de 10 años cuando conformaron el Primero Justicia, al que Leopoldo renunció para tomar su propio camino. Esta es la historia de dos líderes con características similares que nunca pudieron ponerse de acuerdo en un mismo método, pero con el mismo objetivo: el máximo poder de Venezuela. Para ambos el momento clave está en la puerta.
Esa es la realidad, esas son las opciones que hay frente al socialismo, cuyo líder hereditario, Nicolás Maduro, no conecta con las masas, y que, con el estilo de una pésima copia de Hugo Chávez, acusa de todos sus males al fascismo estadounidense.
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(ALEJANDRO SÁNCHEZ / @alexsanchezmx)