Que yo recuerde, nunca he escuchado dar el grito de Independencia a alguien que sí quiera a este país.
Cuando era niño, por ejemplo, oí a Echeverría y a López Portillo. Aunque en ese tiempo no lo comprendí, sé que a esos tipos les debemos devaluaciones y mucha gente desaparecida. A Miguel de la Madrid nunca lo escuché; estaba yo más ocupado en prender cuetes que en entender qué diablos era el neoliberalismo. No dudo que haya dado el grito mientras pensaba cómo hundirnos más en la miseria.
A Salinas de Gortari sí lo vi salir del balcón de Palacio Nacional. Fue hasta el último año de su gobierno y lo hice para mentarle la madre. Zedillo pasó de noche en mi historia con los gritos, pero no por eso omitiré que nunca llegó el bienestar para la familia que tanto prometió. Con Fox todos los 15 fueron patéticos, igual que él. Y con Calderón tuvieron siempre el tufo de su inútil guerra. Ahora le toca a Peña Nieto, y si él es nacionalista como dicen unos, entonces nosotros somos la encarnación de Hidalgo.
En DF no fui a los gritos que dieron Cuauhtémoc Cárdenas ni López Obrador, pero un colega me ha dicho que al menos fueron más sinceros. Ebrard le apostó a la parafernalia, cuando no tenía necesidad, y seguramente Mancera pasará desapercibido, como en su modo de gobernar. Los delegados también darán sus respectivos gritos y serán tan falsamente patrióticos que tal vez sea mejor no ir a escucharlos. Conozco a un par de ellos y puedo decirles que Speedy González es más mexicano.
Yo no iba pensando en todo esto, pero un vendedor de banderas que lleva días merodeando por mi calle me dijo que en México la palabra Patria está en desuso. “Uno nomás se siente mexicano cuando gana la selección y los quince de septiembre”, me dijo don Carlos, el vendedor, con la sabiduría que le ha dado el mercado del nacionalismo chilango. Él, que vivió en Estados Unidos, festejaba el 5 de mayo, pero allá con los gringos renegó ser mexicano. “¿Y hoy lo es?”, le pregunté. “Le digo que somos nomás por temporadas; ¿a poco usted lo es siempre?”. Le respondí una tontería porque, si lo fuera, no permitiría que el dinero y los políticos sigan haciendo lo que quieren; no permitiría esta violencia que nos está matando por igual o haría algo por el prójimo.
Creo que hay ciudadanos, pocos, que están haciendo algo para no morir en el intento. Es una pena que los políticos nos restrieguen que sentirse orgullosamente mexicano es menos común de lo que parece.
(ALEJANDRO ALMAZÁN)