Durante la primera entrevista en persona que sostienen Edward Snowden y Glenn Greenwald, el periodista inglés del periódico The Guardian le pregunta al antiguo administrador de sistemas informáticos de la CIA las razones por las que estaría dispuesto a perder por completo su privacidad (yendo a la cárcel) con tal de salvaguardar aquella de millones de personas en todo el mundo. A lo largo de varias respuestas, Snowden le explica a Greenwald los alcances que tienen los programas de vigilancia informática del gobierno de los Estados Unidos (un alcance prácticamente total en cuanto a comunicaciones digitales se refiere). A partir de ello argumenta que el nivel de control que tal información le confiere a la inteligencia norteamericana los coloca en una posición que permitiría, si así lo desearan, instrumentar el sistema de represión más brutal y totalitario en la historia de la humanidad.
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En teoría la información recabada era utilizada sólo para perseguir a sospechosos de terrorismo, no obstante, en la práctica las intervenciones eran usadas para seguirle la pista a disidentes del gobierno norteamericano –como por ejemplo a la cineasta norteamericana Laura Poitras, la primera persona a la que Snowden contactó con el afán de desnudar el monumental aparato de espionaje de la CIA–, para espiar gobiernos de otros países (como el nuestro) o para obtener información de corporaciones en áreas estratégicas de la economía norteamericana en distintas partes del mundo. Poitras acudió al llamado de Snowden y decidió hacer lo que más le apasiona en el mundo: “Poner una cámara frente a alguien mientras se ve obligado a tomar decisiones existenciales en tiempo real”. El resultado del encuentro entre Poitras y Snowden es el documental Citizenfour, un escalofriante thriller que registra el momento en el que las filtraciones de Snowden fueron publicadas por primera vez y el explosivo efecto que tuvieron alrededor del mundo.
Más allá de denunciar la inadmisible intromisión del gobierno estadounidense en la vida de sus ciudadanos, Snowden advierte que dichas herramientas anulan, entre otras cosas, la posibilidad de que los individuos tengan una forma de oponerse de manera significativa a un gobierno que abusa de su poder y de su autoridad y que privilegia intereses particulares por encima de los colectivos.
Imaginemos que dicho aparato de espionaje estuviera al servicio de gobiernos como los de México. Qué haría, por ejemplo, el gobernador Javier Duarte con la comunicación de los periodistas que se dedican a reportar el estado fallido que campa en Veracruz. O pensemos en lo que podría valer esa información en manos del crimen organizado o de los poderes fácticos corporativos que son, de por sí, dueños del país.
Además de plantear la necesidad urgente de reflexionar sobre las implicaciones que tiene el gigantesco panóptico en el que se han erguido las herramientas de comunicación digitales, el documental de Poitras nos obliga a pensar en el posible destino que una nación puede sufrir cuando sus ciudadanos no cuentan con instituciones o espacios realmente significativos para oponerse al gobierno que supuestamente los representa. Dos asuntos fundamentales en este momento crítico por el que atraviesa nuestro país.
(Diego Rabasa)