El escritor Juan Villoro se sale del recinto donde sucede la Feria Internacional del Libro en Guadalajara para encabezar la marcha del 1 de diciembre que recuerda a los desaparecidos de Ayotzinapa. Otros escritores y editores sacan carteles de protesta dentro de la Expo Guadalajara. Mientras, en la ciudad de México, en el concierto homenaje a Michael Neyman, el músico cimbra el Palacio de Bellas Artes con una pieza de piano en recuerdo a los jóvenes.
Tengo la impresión de que desde hace muchos años la comunidad cultural no se había movido tanto como ahora.
No es difícil trazar algunas hipótesis. Enrique Peña Nieto, como candidato, hizo el ridículo cuando en la misma feria del libro un periodista español le preguntó cuáles eran sus libro favoritos. La llegada del PRI fue vista con mucho escepticismo por la comunidad cultural. Rafael Tovar y de Teresa, la cabeza del sector, se ha mostrado como un principito receloso, aislado y muy preocupado por vengarse de su antecesora. De todas las reformas, la educativa es la más desaseada. Y así.
Llama la atención que todos los ingredientes de la crisis actual estaban ya en escena desde hace muchos años: desaparecidos, policías infiltradas, incapacidad gubernamental, pero hay algo muy simbólico en que los desaparecidos sean estudiantes –eso está históricamente en la raíz del anti prismo de clase media– y que a los padres de los desaparecidos, en realidad, no les alcanza la voz para todos los foros(justo no son Javier Sicilia), aunque les sobra legitimidad, tanta, como para retar al presidente a que no se apropie del Todos somos Ayotzinapa. Además, la izquierda partidista está en la lona.
Muchos artistas e intelectuales están prestado su plataforma para la protesta. Y yo creo que esta voz ya no va a cambiar.