¿Recuerdan aquella vieja columna de “Querida tía Alma”, se publicaba en Contenido?, incluso creo que sigue publicándose. Yo era niña (aclaro), pero fan, no sólo porque éramos tocayas sino porque amaba la sensatez irónica de sus consejos.
Hoy me voy a poner en plan Tía Alma.
LEE LA COLUMNA ANTERIOR: Esto es un taxi, no un avión
Ya he contado que no me encanta usar taxis de sitio, por múltiples razones, la principal es que siempre hay que esperar 20 o 25 minutos –mínimo-, para que haya un taxi disponible. La segunda es porque los taxistas de sitio son más aburridones, la verdad, y aunque no me gusta chacotear si me gusta observar su entorno, el ambiente que arman en su burbuja rodante refleja muchas veces como viven el tránsito de la ciudad, e incluso, como viven la vida. Así que yo, por la libre.
Me gusta la aventura de salir a la calle, estirar la mano y ver qué me depara la vida, con que #taxista me sorprende –o no.
Por ejemplo, el fin de semana me sorprendió un taxista que traía por fuera su carro PRECIOSO de limpio, brillante y luciente y al abrir la puerta, GUACALA, sucio, asientos aplastados, tapetín roto… Como era super tarde, cometí el grave error de subirme (contra todos mis principios). Por suerte todo fue bien, pero durante el viaje, tuve la incomodidad de no seguir mis propios consejos, y recordé a mi amiguita Priscila, que muy orgullosa me contó que había sobrevivido al uso de taxis en chilangoland gracias a MIS consejos “hasta parezco de la capital”, me escribió…pero si me hubiera anticipado lo que iba a hacer, la verdad, le hubiera aconsejado otra cosa.
Y aquí viene la Tía Alma: resulta que Priscila vive en la hermana república de Guadalajara, y viene con cierta regularidad visita estas tierras, siempre con el corazón amarrado al estómago por el miedo a ser asaltada. Además, con el dolor de codo natural de pagar un taxi de sitio en la estación de bus o en el aeropuerto, así que muy preparada y con sus #cronicasdetaxi bajo el brazo, llegó un día de estos a la Central del Norte.
Firmando como una #exmiedosa, me escribió cómo había usado mis consejos:
“Mi presupuesto no es muy alto así que no quería darle mis millones a los taxis seguros.
Caminé con cara de “aquí soy”, salí con mi mochila para estirar la mano. Primero vi dos taxis, pero no se pararon. Como ni en Guadalajara soy buena para acordar una cantidad, al primero que paró le pregunté si tenía taxímetro. En ese pestañeo vi si estaba limpio, tomé en cuenta ese consejo que diste en tus primeras columnas. Mi sorpresa fue que el coche estaba muy limpio y olía a pinito…Le di mi ruta y así llegué sin problema y sin pagar los 200 pesos que cobran desde la Central Norte”
Mi querida Priscila: tengo que confesarte que jamás te habría aconsejado lo que hiciste, y que agradezco a todos los santos de la capirucha que no te haya pasado nada. Nunca entenderé por qué esos taxis son TAN caros (amerita otra #crónica para discutirlo), pero siempre recomiendo usarlos. En estos casos, más vale pagar caro que ser asaltado.
El miedo no anda en burro: esos taxistas son EXPERTOS no sólo en reconocer fuereños, sino en calar la calidad, valor y cantidad del equipaje e incluso de los atavíos del pasajero, así que más vale decir: aquí pagó que aquí perdió.
O bien, usa #taxideapp (confieso que aún no lo aplico, pero #dicen que funciona muy bien en estos casos), así te sentirás muy nice con auuuuto esperando ansioso tu llegada (como si fueras de la capital).
(Alma Delia Fuentes)