El 1 de diciembre de 2012, cuando Enrique Peña Nieto asumió la presidencia de México, para poder llegar a un evento cultural, tuve que driblar la represión que hacían con macanazos policías de Guadalajara contra unos jóvenes que protestaban en las afueras de la Feria Internacional del Libro. Pero en la Ciudad de México la situación era peor. Por la noche, vi las imágenes que me mandó el fotógrafo Hans Máximo Musielik, quien había presenciado la refriega en las calles aledañas a la toma de protesta presidencial. En una de ellas aparecía tirado en el piso y malherido un manifestante de camisa negra y pantalón de mezclilla. Era Juan Francisco Kuy Kendall, un dramaturgo muy conocido en las escuelas teatrales de barrio del Distrito Federal.
Recordé esta premonición hace unos días, durante un viaje al Distrito Federal. El primer día me reuní con amigos realizadores de programas culturales del Canal 22, quienes me contaron sin demasiado asombro, aunque sí algo preocupados, que para poder seguir con sus emisiones habían recibido la orden de contratar a compañías productoras del Estado de México, o si no, sus programas podrían ser sacrificados. Esa misma tarde tuve que aventarme la odisea de cruzar el DF de norte a sur y descubrir un nuevo elemento espantoso en el atribulado paisaje defeño. Durante mi trayecto de una hora conté 28 anuncios de pacotilla de Luis Videgaray, Manuel Velasco, Roberto Borge, Carlos Navarrete, Emilio Gamboa y otros miembros de la fauna política, algo que nunca antes había visto en la capital del país, aunque sí en otros lugares de provincia. Hice memoria y la primera ciudad que se vino a la mente fue Toluca.
Una noche después me reuní con priistas norteños radicados en la capital, quienes durante dos horas contaron molestos y con lujo de detalle la forma en la que no solo los máximos cargos del gobierno son ocupados por mexiquenses (Videgaray, Chuayffet, Navarrete Prida, Guerra Abud…), sino que también, cientos de posiciones de mediano y bajo nivel ahora están en manos de atlacomulquenses, ecatepenses, toluquenses y demás ciudadanos vecinos que han llegado a ocupar oficinas al Distrito Federal, una cosa que no se había visto desde la época en la que Carlos Hank González (autor de la máxima: “político pobre, pobre político”) fue regente de la capital. A esta enumeración hay que agregar la inexplicable situación de que cada vez haya más policías de la corporación del Estado de México resguardando edificios públicos y privados en la Ciudad de México.
No es la ciudad perfecta, pero el Distrito Federal tuvo en la década reciente una época de esplendor. Se implementaron muchas políticas públicas de vanguardia que ahora son retomadas en el resto del país. Ha habido una discusión amplia sobre temas tabú y un avance de las libertades religiosas, civiles y sexuales. Por si fuera poco, la barbarie de la guerra del narco del país pareció respetar sus calles.
Sin embargo, da la impresión de que aquella época de oro ha llegado a su fin. No sólo por su toluquización debido a la circunstancia obvia de que al ser la sede del poder federal y al haber hoy un presidente nacido en el vecino Estado de México, éste y sus principales colaboradores prefieran que su burocracia sean gente cercana y de su tierra (uno de los estados en los que el PRI ha gobernado más de 80 años), sino porque el Jefe del gobierno capitalino, Miguel Mancera, parece ser el primero en haber sido toluquizado, al ceder espacios de autoridad al gobierno federal a cambio de más presupuesto y de una reforma que, paradójicamente, daría al DF mayor autonomía política justo en el momento en que parece estar más sometida al poder presidencial priista.
Hay quienes piensan que la Ciudad de México tiene un tejido social fuerte y una ciudadanía demasiado politizada como para impedir que regrese la oscuridad de antaño a sus calles. Mientras el destino pone claras las cosas, Barack Obama está por visitar Toluca, el fotógrafo Hans Máximo Musielik publica en Vice ahora fotos de hombres armados de Michoacán y Juan Francisco Kuy Kendall, ha muerto después de vivir en coma el inicio de este sexenio priista.
Mi querido tío Conrado, dolorosamente para mí y los muchos que lo amamos y admirábamos, también falleció el fin de semana tras varios problemas con su corazón.
Por fin le haré caso y leeré los libros de Luis Spota que me heredó para ayudarme a entender nuestro futuro político, el mismo que decía que él y los de su generación, ya habían padecido y sobrevivido.
(DIEGO ENRIQUE OSORNO / @diegoeosorno)