Vivo rodeada de personas que tienen secuestradas entre cuatro y cinco horas de su día sólo para transportarse. De la casa al trabajo, del trabajo a la casa. Tampoco crean que se van de juerga, de paseo, a turistear o a tomarle fotos a las jacarandas. No, son entre cuatro y cinco horas diarias sólo para transportarse de la casa al trabajo, del trabajo a la casa. Cuatro y cinco horas diarias.
Unas viven lejos de su trabajo porque ahí pudieron pagar morada. Otras porque tienen trabajos diversos y repartidos geográficamente (el multiempleo con su carga de desplazamiento). Otras viven lejos porque son madres solteras y necesitan su red de apoyo (que no suele estar cerca del trabajo). Otras más, porque la oficina se ha movido (pero la casa no). Como sea, son diario entre cuatro y cinco horas secuestradas sólo para desplazarse por la Ciudad de México y su zona conurbada. Cuatro y cinco horas diarias.
Me levanté a las 3:30 y tomé el camión. Pero nos asaltaron y más adelante nos bajó el chofer. Ahora estoy esperando otro camión, pero todos vienen atascados. Me lo dice con angustia porque sabe que llegará tarde a trabajar. Ya ni siquiera repara en que en medio del relato me dijo “nos asaltaron”. Es variable común en una narrativa de infortunios. Tengo que ir al médico, me duele la pierna, no puedo caminar. Le doy dinero para un taxi pero sé que lo usará en otras cosas. Y arrastrará la pierna hasta subirse al colectivo.
De las personas con las que trabajo, son unas cuantas las que viven cerca de la oficina (yo tampoco). Sus días comienzan a las 4 de la mañana, terminan a las 11 o 12 de la noche. Y sí, ya sé que esto no es nuevo. Sólo que nada ha mejorado en nuestra movilidad urbana desde hace décadas. Salvo que tengas carro que circule diario, dinero para pagar las vías de cobro y suerte para moverte a contraflujo.
En la Zona Metropolitana del Valle de México se realizan 49 millones de viajes diarios, nos cuenta Héctor de Mauleón en lo que denomina “la zona más dolorosa para transportarse”. Porque sí, estos números globales y las realidades individuales son eso: dolor cotidiano. Son vidas machacas de ida y vuelta, dice de Mauleón. Y no tengo nada que agregar.
Me despido de la señora que sé tardará tres horas en llegar a casa. Yo tomo una ecobici, voy a la colonia vecina. Y mientras me encomiendo a los dioses (en la Delegación Benito Juárez no hay casi vías para el uso de la bicicleta), pienso que de todas las personas con las que convivo diario, apenas son dos las que pueden moverse en bicicleta con (envidiable) regularidad. Así las cosas en la jungla urbana: la (triste) realidad del #MejorEnBici es que aplica sólo para una clase privilegiada.