El fin de semana pasado, la noticia se regó en redes sociales a partir de una nota del New York Times. La tienda favorita de Josh Baskin cerraría.
Vamos para atrás. Estados Unidos tiene una tradición de jugueterías sorprendente, pero ninguna ha llegado a los alcances mediáticos de FAO Schwarz.
Fundada por un inmigrante holandés, la FAO adquirió gran notoriedad cuando decidió cambiar su ubicación hacia la célebre Quinta Avenida en Manhattan. Seleccionaron un local en el General Motors Building, a un lado de la tienda departamental Lord and Taylor y a una cuadra de donde Audrey Hepburn desayunaba un bagel mientras admiraba lejanos anaqueles de joyería.
Frente al Plaza, FAO inició su historia de mítica juguetería. Sus peluches hechos con cuidado y trenes de cuerda o eléctricos eran únicos. Los adultos iban a Nueva York a visitar museos y restaurantes, los enamorados a transitar el parque central. Si eras niño, la tienda a visitar era FAO.
Para finales de los ochenta, el establecimiento llegó a la fama mundial de la mano, más bien, a los pies de Tom Hanks. La escena de Big donde el actor toca el famoso Big Piano cambió su carrera y el interés por la juguetería. El negocio creció y se vendió a una empresa que la potenció. Locales en Las Vegas y Los Ángeles acompañaron el suceso neoyorkino.
Pero el tren tecnológico arrasó la venta de juguetes que, ahora, tenía una competencia feroz en los videojuegos y gadgets como iPods y iPads. La empresa se vendió a Toys R Us, que, en su plan de negocios, decidió cerrar locales y convertir a FAO en pequeños espacios boutique dentro de sus conceptos de juguetes.
Nada sería igual. La marca se refugiaría en su mítica ubicación de la Gran Manzana donde la infancia surge de nuevo. Muppets creados a tu gusto, juguetes artesanales y exóticos, osos gigantescos y figuras de acción de colección continuaban en convocatoria de millones. Millones que no compraban. Museo de un tiempo juguetero muerto.
Ahora. El distrito comercial cambió. Las boutiques se han vuelto caras, los consumidores compran a unos metros -en la Apple Store de 24 horas-, el Plaza ya no es un hotel, sino que ahora también es un complejo departamental y las rentas se dispararon.
Ante el escenario, FAO debe cambiar de ubicación, con el riesgo de no encontrar un sitio con las condiciones adecuadas.
El riesgo de perder la última juguetería del mundo.
(GONZALO OLIVEROS)