Dice John Gray en su deslumbrante libro El silencio de los animales. Sobre el progreso y otros mitos modernos: “Incluso aquellos que nominalmente siguen credos más tradicionales se apoyan en la fe en el futuro para no perder la compostura mental”, situación peligrosa si tomamos en cuenta la aseveración que el filósofo inglés hace más adelante en el mismo libro: “los seres humanos no contrastan sus creencias y percepciones cuando estas entran en conflicto. En su lugar, lo que hacen es reducir el conflicto mediante la reinterpretación de los hechos que ponen en peligro las creencias a las cuales están más apegados. […] Si hay algo único al animal humano es que tiene la capacidad de aumentar el conocimiento de forma acelerada y al mismo tiempo es crónicamente incapaz de aprender de la experiencia.”
La posibilidad de entrar en un ciclo nuevo supone para muchos un necesario bálsamo que nos permite no claudicar en nuestra intención de configurar una imagen habitable del mundo. Sin embargo, la descomposición es tan grande y tan profundamente atroz que difícilmente tenemos razones para pensar que lo peor ha pasado. Hay un problema fundamental para aquellos que quieren guardar la esperanza en el mañana. En la segunda parte de la cita que he reproducido, Gray realiza una sentencia categórica: son más preciados nuestros sistemas de creencias que los hechos. Y uno de los problemas más álgidos de nuestro presente es precisamente el sistema de creencia hegemónico.
En su libro Campo de guerra, el escritor mexicano Sergio González Rodríguez nos muestra con mucha claridad que nuestra debacle nacional no es un fenómeno local, sino el resultado de una dinámica geopolítica que afecta prácticamente a todo el orbe. Otro de los libros más importantes del año recién fenecido fue El Capital en el siglo XXI en el que el economista francés Thomas Piketty asocia indefectiblemente el capitalismo neoliberal con la criminal distribución del ingreso característica de la inmensa mayoría de las naciones en el mundo. Así, por más que el comienzo del año traiga consigo la posibilidad de renovar nuestro derecho a la esperanza, mientras el sistema de creencias que rige la política y la sociedad contemporáneas no cambie, difícilmente podremos aspirar a presenciar un cambio sustancial y verdadero. Dicho sistema de creencias encuentra su centro en el cultivo del individualismo por encima de las necesidades colectivas: la idolatría por el consumo (el nuevo gadget que vendrá, ahora sí, a instalar un régimen de felicidad en nuestra vida), la depredación del medio ambiente, la complicidad en preservar la hegemonía de las clases pudientes sobre las clases trabajadoras, etcétera. Volvemos a Gray: “El encanto de un modo de vida liberal consiste en que permite que la mayoría de las gente renuncie a su libertad sin saberlo.” Mientras sigamos tercamente persiguiendo esa ilusión de la vida “libre e individual” basada en la imitación de burdos modelos prefabricados con fines mercantiles, difícilmente podremos ejercer nuestro derecho consustancial a modificar nuestras vidas. Como dice una querida amiga: la revolución empieza en casa.