El contundente dictamen del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha terminado por sepultar la verdad histórica de la PGR en torno al caso Ayotzinapa. Y digo ha terminado por sepultarla porque la hipótesis expuesta por Murillo Karam en aquella infame e histórica comparecencia lleva meses siendo interpelada. En su columna del periódico Reforma, fechada el 6 de marzo, Juan Villoro escribió: “La hipótesis de este horno crematorio a la intemperie fue cuestionada por peritos. Para convertir en polvo medio centenar de cadáveres la pira habría tenido que arder varios días, alimentada por una cantidad inaudita de combustible, llantas y leña”. A casi un año de acontecida la tragedia, el gobierno, incapaz de seguir montado en la estela de su propio engaño, ordena un nuevo peritaje para comprobar lo que los expertos de la CIDH han resuelto sin que exista resquicio para la duda: los estudiantes no fueron incinerados en el basurero de Cocula.
Encima el informe casi se superpuso con el otro informe. El de la gestión de gobierno de la administración actual. Cifras y cifras imposibles de contextualizar o comprobar pretenden combatir “la terquedad de los hechos”, para usar una expresión de Sergio González Rodríguez, que emergen para contradecir el discurso oficial. En su libro Los 43 de Iguala, González Rodríguez sentencia que estamos ante “el retrato fiel del mundo que viene (o ya está en muchas partes) y nos negamos a ver: la normalidad de lo atroz en medio de la política formal, el imperio de la propaganda, el espectáculo, la banalidad de las telecomunicaciones y el tono neutral del discurso público. Hemos pasado del costo de las sociedades totalitarias y su barbarie inherente al riesgo de las sociedades globalizadas y la inmanencia de su barbarie”.
Resulta difícil creer que las investigaciones oficiales prefieran ceñirse al relato de que los estudiantes fueron entregados por policías a sicarios que los ultimaron e incineraron en una pira silvestre que a la verdad. Eso quiere decir que son incapaces de conocerla o que ésta es aún más siniestra que la “verdad histórica”. Estamos ante una encrucijada que nos conduce a dos derroteros pérfidos que no obstante configuran un desenlace menos atroz que aquel en el que nos encontramos.