Cuenta la leyenda que el género humano nació de los huesos preciosos que Quetzalcóatl tomó del Mictlán, el lugar de los muertos, mismos que mezcló con su sangre para darnos vida.
Pasado el tiempo los huesos y la sangre siguen aquí, mezclándose eternamente, pero no hay dioses ya que puedan convertirlos en vida, ni lugar a dónde ir después de morir porque el Mictlán subió a la tierra y se convirtió en nuestra casa. Vivimos como muertos entre los muertos y para donde uno mire la realidad se parece a un grabado de Posada poblado de calaveras del montón.
Lo que nuestros antiguos dioses no previeron era que el Mictlán fuera a sobrepoblarse de manera tal que hoy ya no caben los muertos en los nueve niveles del Inframundo, ni en el Tlalocan, ni en Cincalco.
Y vaya que había un lugar para los ahogados, para los que morían de una enfermedad, para las mujeres que morían en el parto, e incluso para los guerreros, pero los viejos dioses no previeron que la muerte podría tomar tantas formas y adquirir tantos rostros siniestros. Ni siquiera ellos en su crueldad de dioses pudieron imaginar un lugar para los ejecutados, para los calcinados, para los desmembrados, degollados y desollados de hoy. Tampoco hay un lugar para los cadáveres sin nombre ni historia que aparecen como si fueran las semillas de un campesino sádico que siembra cadáveres y cosecha miedo.
¿A dónde irían todos esos muertos? ¿En qué ofrenda caben? ¿Quién encenderá una vela por esas almas si se nos ha desaparecido hasta la fe? La vida en el Mictlán es triste e injusta. Hay clases sociales entre los muertos. Hay discriminación. Hay miedo. Miedo de darnos cuenta de lo muertos que estamos estando vivos, y de lo vivos que están los muertos cuando sus muertes son absurdas y se deben al abuso del poder, a la impunidad y a la locura.
Quise poner mi ofrenda pero me faltan calaveritas, y no podrían ser de azúcar porque esta muerte que nos apesta la vida no es una muerte dulce. Porque la Catrina ya no nos sonríe cuando pela los dientes, más bien hace una mueca de terror. Porque ya todos los días son día de muertos y porque los periódicos y las noticias son un permanente obituario..
Los huesos y la sangre ya no dan vida. Pero nuestra vida pasa mientras los huesos y la sangre nos recuerdan la inminencia de la muerte.
Triste día de muertos el que viene, triste día de muertos el de ayer, triste día de muertos hoy.
(Fernando Rivera)