Es difícil conservar la fe en el mundo. El cinismo, la voracidad y la corrupción sin límites se ha apoderado lo mismo de nuestros gobernantes que de las máximas cúpulas empresariales y financieras. La enajenación tecnológica, el consumo voraz, la desvinculación social, la depredación del medio ambiente se apropian de nuestro espacio existencial y dejan poco espacio para la vida desocupada, la vida placentera, la vida en armonía.
Más allá de la simpatía que pueda causarnos o no la figura de Octavio Paz, su calidad como intelectual, como un hombre de una erudición apabullante, construida desde lo más hondo de su identidad nacional y desde lo más ancho de su vocación por conocer el mundo, como pensaba Borges que había que hacerse, en todas las latitudes y en todos los tiempos, es incuestionable. La exposición “En esto ver aquello. Octavio Paz y el arte” es una muestra prolífica, estupendamente bien pensada, de la forma en la que las artes han sido un epígono de la manera en la que entendemos el mundo (y no al revés) al mismo tiempo que muestra la forma tan imponente en la que Paz construyó su pensamiento y tejió su realidad con el mundo.
Desde el arte prehispánico (en cuyas figuras Paz atisbaba perturbadoras similitudes con el cubismo de Picasso) hasta el surrealismo de Breton pasando por el arte colonial, el revolucionario, el arte erótico del lejano oriente y la India, el europeo de mediados de siglo XX y, por supuesto, Duchamp, el espectador no sólo obtendrá una especie de imagen radiográfica de la mente del Nobel mexicano, sino que podrá comprobar aquella mítica idea de Oscar Wilde que dice que “la vida imita al arte mucho más que el arte imita a la vida”. Los grandes quiebres en los cánones artísticos prefiguraron en gran medida configuraciones sociales y políticas e incluso individuales reforzando la cualidad que tiene el arte para fungir como termómetro del futuro a partir de las fuerzas que dan cuerpo al presente.
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(DIEGO RABASA / @drabasa)