Hay días que no entiendo al mundo. Bueno, nunca en realidad; lo que pasa es que hay días en que mi disfuncionalidad se manifiesta con mayor énfasis. No me hallo, como cantaba El Personal, y vaya que ya me busqué hasta en las listas hackeadas de Ashley Madison.
No sólo es que no entienda cómo se usan los nuevos parquímetros que han puesto en varias colonias de la ciudad, ni que no entienda cómo se utilizan las vías de peaje, ni la banca electrónica, ni las filas diferenciadas en los bancos. No sé tampoco para qué lado mirar cuando cruzo una calle, ni sé si debo cuidarme más de una bicicleta que de un coche, o de una coladera abierta. No sé cómo cambiar una estúpida llanta, ni cómo llenar un formulario de reinscripción para la escuela de mis hijos y mucho menos sé cómo chingados pedir un café en Starbucks.
Pero las cosas que no entiendo no se reducen a lo doméstico, tampoco entiendo el cinismo de Virgilio Andrade, Peña Nieto y la Gaviota. No entiendo la falta de seriedad y la nula sensibilidad de las procuradurías de justicia de Michoacán, en el caso Tanhuato, y del Distrito Federal, en el caso de la Narvarte. No entiendo cómo las autoridades financieras hablan de tranquilidad cuando el peso se encuentra en un agujero sin fondo y todo parece indicar que cerraremos el año pagando 20 pesos por dólar. No entiendo cómo es que hay personas en este país que todavía no entienden que el hecho de que el peso se deprecie de esta forma nos afecta a todos. Quienes llevamos las cuentas desde los tiempos de López Portillo sabemos la lenta catástrofe que compartimos.
Ahora que, entre todas las cosas que uno no entiende, hay algunas que precisan una explicación para que no sigan sucediendo. Porque quizás pueda pasar toda mi vida sin saber cómo cambiar una llanta, pero sí me gustaría entender por qué un tipo es capaz de ahogar a una niña en una alberca, o por qué una mujer sumerge a un niño en agua hirviendo, o por qué un tipo graba con su celular cómo le dispara a dos reporteros para luego subirlo a internet y suicidarse.
No podemos acostumbrarnos a no entender, no podemos renunciar a intentarlo, incluso en esos días en que uno parece entender menos que otros. Duele no entender. Se siente uno mal de no encajar, parece uno Carmen Salinas llegando al Congreso con cara de susto y diciendo que ella ni quería ir. No ayuda a sobrellevar estos días locos de insolación y remojamiento, no sirve a la hora de leer los periódicos, ni a la hora de llenar formularios, ni a la de hacer los pagos, ni cuando llevas y recoges a los niños de la escuela. Tampoco ayuda si buscas un momento de serenidad.
¿Saben de algún maestro particular que me pueda poner al corriente en lo que a “vivir en México” se refiere?. Como decía Silvio Rodríguez cuando secuestraron a su Unicornio Azul: “cualquier información yo pagaré”.