Dos de los autores más famosos en la historia de la literatura infantil fueron, paradójicamente, dos de los más terribles. Los hermanos Grimm configuraron fábulas y relatos que han sido contadas a millones de niños en todo el mundo a lo largo de más de un siglo y medio. Esto, a pesar de que sus cuentos hablan de padres que abandonan a sus hijos en un bosque para que mueran de inanición o reyes que asesinaban y mutilaban a todas sus pretendientes (no es de extrañarse que varias de las primeras ediciones de los autores fueran censuradas por su dureza). Al dirigir contenidos de esta índole a lectores infantiles, los Grimm estaban mandando un mensaje despiadado pero cierto: la infancia es un lugar confuso y duro en el que el niño tiene que aprender a lidiar con los horrores del mundo, con la hostilidad del entorno y con las incapacidades y resentimientos de los adultos. Hace algunas semanas llegó a las librerías de nuestro país el libro Escenas de una vida privada que reúne las tres novelas autobiográficas (Infancia, Juventud y Verano) escritas por J.M. Coetzee. En la primera de ellas, el Nobel sudafricano relata un periodo de su infancia en el que podemos ver con toda precisión lo aseverado en el párrafo anterior. Desde muy joven Coetzee se presenta como un niño distinto. Tiene una mente superdotada pero es en realidad su sensibilidad la que lo separa del resto. No encuentra su sitio entre sus pares. Percibe con toda claridad la mediocridad y el egoísmo de su padre. Crece en una nación en la que tu apellido puede dictar de manera inexpugnable tu destino. Desarrolla una aversión que lo habrá de perseguir toda su vida hacia el amor de las mujeres (producto de la ambivalencia que siente ante ese amor ciego e incondicional que su madre le ofrece). A pesar de que su yo interior le sugiere que la belleza puede ser el hilo conductor de su vida, son el dolor, la soledad y la incomprensión aquello que define su mirada sobre el mundo. En el segundo de los libros de la trilogía, vemos con toda precisión cómo son estos rasgos relacionados con el sufrimiento los que configuran su voz como artista. “El sufrimiento es su elemento. Se siente en casa en el sufrimiento, como pez en el agua. Si abolieran el sufrimiento, no sabría qué hacer con su vida”, dice Coetzee en Juventud. En un momento en el que los antidepresivos se recetan en el mundo como si fueran mentas que quitan el mal aliento, en el que proliferan todo tipo de filosofías new age y de libros de psicología barata que promueven “el pensamiento positivo” como una herramienta para “ser feliz”, hay que acercarse a la obra de artistas como el sudafricano o como los célebres cuentistas alemanes, que nos enseñan que el dolor, la tristeza y el sufrimiento son partes esenciales de la vida y que conviene más mirarlas, elaborarlas a través del lenguaje y, en lo posible, usarlas como catalizadores que nos ayuden a vivir la vida como un proceso de transformación permanente, que echarlas debajo del tapete y pensar que cerrar los ojos es equivalente a borrar la realidad que tenemos frente a nosotros.
(DIEGO RABASA / @drabasa)