Me encantan las versiones oficiales. Esas que, por ejemplo, cuando ven a reventar el Paseo de la Reforma reportan nomás “cientos de personas” en una marcha, no vaya a ser que los participantes se vuelen si saben que son cien mil. Ya sea uno “comunicador social” o periodista, hay que ser un tipo creativo para imaginar versiones oficiales y tener un temple de cowboy de los de antes para no dejarse llevar por los hechos ni sentirse intimidado por la realidad. No: una versión oficial no se trata de decir lo que pasó sino lo que hubiera estado a toda madre que sucediera. O, incluso, de darle un nuevo enfoque a un problema nacional para que, por ejemplo, una derrota apabullante se torne victoria gracias a un simple boletín.
Un buen elaborador de versiones oficiales es un sujeto bipolar: si se trata de críticas, desgracias, problemas, recurre al desdén: minimiza, relativiza, dice cosas como “bueno, hay que tener en cuenta que eso que usted dice ya lo respondimos hace cinco años”, aunque el asunto date del día anterior. Por el contrario, si se trata de los hechos o dichos de su patrón se mostrará eufórico y echará mano de calificativos como “histórico” o “sin precedente”, cuando no “monumental”, “épico” o, ya sin pudor alguno, “trascendental para toda la chinche Nación”.
¿Que se produce una matanza horripilante y pesadillesca? Pues se deplora y se dice que investigará, claro, hasta las últimas consecuencias. Pero a la primera oportunidad se sale uno por la tangente y empieza a tuitear sobre el aniversario del natalicio de Cri-Crí, porque ese sí es un tema que nos une a todos los mexicanos y no es cosa de centrarnos nada más en lo malo.
¿Cuál es el ideal de una versión oficial? Establecer con claridad una mentira absoluta, distorsionar la realidad hasta convertirla en un eslogan o una línea cómoda para el informe de actividades respectivo. Como en la película La vida de Brian, de los Monty Python, en la que una isla se hunde y los habitantes se van ahogando con serenidad mientras el rey sonríe y repite: no pasa nada. Pero la isla, de hecho, se hunde y el “no pasa nada” se convierte, de pronto, en glu glu glú.
Así de sencillo: según la versión oficial del Ministerio de Información de los dinosaurios, el meteorito que aterrizó en Yucatán estaba más que previsto, la calidad de vida de los triceratopos ha mejorado once por ciento desde el impacto y son falsos e infundados los rumores de la extinción total de la especie, que solamente buscan desestabilizar. A los diplodocus.
(Antonio Ortuño / @antonioortugno)