Pasé unos días entrevistando a niñas y niños de zonas diversas de Colombia. Aquí un poco de lo grabado en un colegio ubicado en el corazón del Rebolo, colonia similar al centro de Tepito en la Ciudad de México. Cámara en mano hice mi reportaje.
Los grupos estaban divididos por edades. De ocho a diez años, de diez a trece, de catorce y quince. En cuanto vieron la cámara de la fotógrafa se pusieron nerviosas, especialmente las niñas, pero tan pronto saqué mi teléfono celular todas y todos querían youtubear conmigo. ¿Qué es esto de los acuerdo de paz?, pregunto.
—Son unos papeles que firman con los guerrilleros para que paren de matar gente— dice una niña de nueve años con toda seriedad, mientras los demás asienten y dan respuestas similares.
Un niño delgado con ojos inmensos y piel cobriza acomoda sus brazos como si fuesen un rifle de asalto y dice:
—Yo, como el presidente Uribe, prefiero que los maten a todos a todos, así ¡pao, pao, pao!— imita el sonido de las balas que conoce desde que nació. Las niñas lo miran con desaprobación, un chico le dice que entonces todos morirán. Se queda pensando en esa idea.
—Yo les tengo miedo a las películas de terror y a que me lleven los guerrilleros para matar gente— dice un pequeño delgado y tímido.
—Sí, las FARC y el ELN— dice un niño que levanta la mano con ansiedad—, esos se han llevado a miles de niños; yo no quiero que me lleven, por eso tiene que hacer la paz.
¿Qué es eso de la paz? Pregunto mirándoles con curiosidad.
—Es cuando puedes salir a la calle sin que te asalten o te maten— la niña lo dice en un tono de seguridad asombroso y de inmediato otras responden inspiradas por su fuerza.
—Sí, la paz es cuando no matan a tu papá ni te secuestran a tu mamá.
—Es cuando las personas grandes aprenden a obedecer y a tratar bien a las otras personas— las niñas asienten mirando a su interlocutora.
—¡Yo sé, yo sé!— grita el chico de cuarto de primaria—, la paz es cuando se termina la guerra y la gente puede regresar a su finca y sembrar y tener a sus vacas y a sus gallinas sin que se las roben.
—Sí— espeta el niño con la camisa recién planchada y abotonada hasta arriba—, cuando llegue la paz le van a devolver las tierras a la gente, las tierras que les quitaron los narcos y los guerrilleros…¡y los paramilitares!— interrumpe una niña de piel oscura y cabellera rizada.
LEE LA COLUMNA ANTERIOR DE LYDIA CACHO: NIÑOS, NIÑAS DE LA GUERRA Y LA PAZ
No se percibe angustia en el salón de clases. Respiramos una complicidad por la transparencia, un alivio de encontrar un espacio en el que la verdad es bienvenida, donde el silencio forzado por el temor no tiene cabida.
¿Qué es el bullying? Pregunto con mi tablet grabando los rostros de quienes desean hablar.
—Es la violencia, es cuando maltratas, es cuando humillas, es cuando le quitas su comida y su dinero a los otros— responden todos y todas a la vez. Inmediatamente, para mi sorpresa responden que sí, que casi todos y todas han ejercido violencia.
—Yo a este lo humillé, pero luego le pedí perdón y somos amigos— dice el niño tocando cariñoso el brazo del otro que sonríe asintiendo. Uno a una van explicado las formas de violencia, física, verbal y cibernética que han cometido. Una a uno señalan a su víctima, explican que eventualmente pidieron perdón y fueron perdonados. Ríen y cuentan por qué perdonan: Para estar contentos, porque somos compañeros, porque a Dios no le gusta que odiemos, porque me arrepiento cuando hago llorar a alguien, porque es más divertido ser amigos que enemigos, porque cuando pido perdón o perdono ya no tengo pesadillas. Porque si no aprendemos a pedir perdón siempre estamos enojados.
Dos días después, una colombiana promotora del no a la paz me insulta en redes sociales. Le respondo que estuve documentando el proceso de paz en su país, entrevistando niños y niñas. Enojada me asegura que la paz no es juego de niños.
Efectivamente, para estos millones de niños y niñas la guerra no es un juego, la paz es sólo un sueño que tienen muy claro. El problema, dice un niño de 15 años, es que a veces los adultos son necios y no saben escuchar.