Imagina: caminamos por Tepito, La Merced, Zona Rosa, Polanco, Iztapalapa, Tlalpan; en algunas zonas hay 50 vitrinas forradas con terciopelo rojo, en otras 20, 80… depende de la oferta. Dentro de ellas, durante ocho horas al día se exhiben las chicas, menores de 25 años (como debe ser), en este maravilloso negocio del comercio sexual de seres humanos. A los 28 o te retiras o pasas a ser ciudadana de tercera clase. Bueno, para ser honesta, hay que decir que 2% de las mujeres en el comercio sexual de México pueden ser un poco mayores, digamos 35 años, siempre y cuando tengan la posibilidad de invertir un promedio de 300 mil pesos en intervenciones estéticas, desde inyecciones hasta cirugías. Las demás tendrán que endeudarse para ponerse unos senos más grandes o parecerse a las hermanas Kardashian o a Britney Spears. Labios, tetas, nalgas, uñas, extensiones de cabello, todo postizo. Liposucciones, aclarado de piel, depilación definitiva… la exigencia es cada vez mayor, el mercado manda, el producto en venta obedece o caduca, no hay más. Las morenas mexicanas con “cara de indias” no se venden bien, me dice una chica de La Merced que tardó dos años en lograr la apariencia para estar en la esquina de más prestigio. ¿Quién les presta el dinero? Sus “mánager” hombres y mujeres que usufructúan con la desesperación de las mujeres por sobrevivir con su cuerpo o lo que consideran “lo único que tienen que ofrecer a la sociedad”. No estudiaron, las sacaron de la escuela, las corrieron de casa, las abandonó el novio al llegar a la Ciudad de México, las llevó a la ciudad una “tía” que luego les dijo que era mejor que se mantuvieran de follar extraños para pagar la renta, porque en la capital una chica sin preparación y cultura no tiene oportunidad. Bueno, sí, como trabajadora doméstica, pero sin libertad, aclara la “tía”; encerrada en la casa de las Lomas trabajando 10 horas al día, saliendo un rato los domingos, bajo supervisión de la patrona. “Mejor puta que sirvienta”, me dice Kimmy, quien se juega las noches en avenida Insurgentes. Alondra se llamaba Andrés cuando les dijo a sus padres que era mujer a los 13 años y la botaron en la calle. Desde entonces trabaja en una esquina en la calle Campeche, en la Colonia Roma, lleva 15 años intentando pagar su deuda de 800 mil pesos por las cirugías y los tratamientos hormonales. Cada mes suben los intereses; su mánager es un usurero oportunista, pero sus padres y el cura de su pueblo fueron peores. Espera algún día poder pagar para abrir su salón de belleza.
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En las calles de la Ciudad de México los tratantes ahora son managers, las tratantes antes llamadas madrotas, son tías, madrinas, representantes con agencias de modelos y edecanes debidamente registradas ante la ley. Los dueños de moteles de paso en La Merced, en Tlalpan, donde se exhiben a las mujeres mayores de 18 años, siguen ocultando a las niñas de entre 13 y 18. Sí, es ilegal, pero ni modo, mientras haya clientes hay negocio. Claro, las estadísticas nacionales dicen que las niñas mexicanas empiezan su vida sexual entre los 12 y los 15 años, eso significa que les gusta el sexo, así que mejor que ganen dinero y desde esa edad sepan que en México, según algunos servidores públicos, constitucionalistas y académicas que opinan desde la comodidad de sus mansiones y finos escritorios universitarios, las mexicanas (claro que no todas) deben aprender que ser puta es algo digno y, para demostrarlo, el mismísimo jefe político capitalino y su afamada Secretaría de Gobierno quieren crear una fórmula en la ley del trabajo para que se estratifiquen mejor las mujeres en venta, para que, como no les encuentran salida, educación, empleo, vivienda digna, oficios no tradicionales, les obsequiarán un “oficio tradicional para las mujeres pobres y las enviadas al ostracismo por su identidad sexual”. Para dignificarlas ya no le llamarán prostitución, sino trabajo sexual. Los turistas vendrán de todo el mundo y del país a ver las vitrinas, a disfrutar este espectáculo de los progres demócratas de la CDMX. El turismo sexual será una empresa millonaria gracias a tan progresistas congresistas.