Soledad tiene 60 años, es una mujer inteligente, con una carrera que la mantiene cerca del mundo literario, de la imaginación y las vidas de los otros. Una noche de copas se descubre hija de su propio nombre. Entonces como esos escritores afamados, viejos y mucho más jodidos que ella, quiere acercarse de nuevo a la juventud encarnada al sexo delicioso, a las sonrisas destellantes y el deseo incontenible de la primavera vital. Se atreve entonces a explorar el ciberespacio en busca de un hombre que pueda entregarse a ella como lo hacen las mujeres jóvenes con los viejos intelectuales: por dinero, no importa, la claridad le da certeza; una buena dosis de realismo le ayudará a convencerse de que nada en el amor es gratuito, ni la venganza. Los prostitutos hombres cobran mucho más caro que las mujeres dedicadas a lo mismo, se dijo Soledad mientras buscaba dónde hacer clic en la computadora para contratar al chico de 32 años que la haría sentirse deseada de nuevo.
“La vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias: la de lo que aún no has vivido y la de lo que ya no vas a poder vivir. Y el momento justo de la acción es tan confuso, tan resbaladizo y tan efímero que lo desperdicias mirando con aturdimiento alrededor”. Con estas palabras la española Rosa Montero comienza su novela La Carne (Alfaguara, 2016). Tres páginas de su lectura bastan para quedar atrapada en esta historia que parece una radiografía vital del amor humano, del resentimiento y la vergüenza que tantos viven por el decaimiento vital de la carne que alguna vez fue sólida y ahora parece desparramarse un poco como la miel pastosa en el invierno. El talento de la autora parece no tener límites, desde sus libros La hija del caníbal, El corazón del tártaro, pasando por Instrucciones para salvar al mundo; Temblor; Bella y oscura, hasta su ejercicio de ciencia ficción Lágrimas en la lluvia y las biografías inventadas de mujeres fascinantes, esta autora española ha entrado en ese rincón luminoso al que sólo pueden llegar algunas autoras y autores literarios que a la vez son periodistas.
LEE LA COLUMNA ANTERIOR DE LYDIA CACHO: RECORDAR A LOS DIFUNTOS
La carne: así se llama este libro que tengo entre las manos. Con él Rosa Montero ha sido capaz de arrancarme el aliento y la conmiseración, la risa y el desespero. Esta obra se lee como se bebe el agua cuando la sed arrecia y no hay nada tan importante como saciarla sin freno. La autora, como acostumbra, no le concede a quien lee sus libros un minuto de complacencias ni lugares comunes, huye como una niña rabiosa de las pretensiones literarias que otros autores de su generación ya usan como un bastón para andar por el mundo de las palabras. Hay que decirlo, Rosa es mujer, una intelectual, observadora del mundo, feminista sin estridencia, tal vez por ello entiende a profundidad la psique de lo femenino construido y de lo masculino artificioso. No hay camino fácil en sus historias, edifica sus ficciones desde la profundidad de realidades silenciadas, devela secretos sustanciales, narra momentos íntimos de las mujeres desnudas en el baño, esos de los que nadie habla, como tampoco se habla de los ocultos segundos de los hombres en la cama, de esas pequeñas vergüenzas, de las mentiras blancas y grises que nos contamos para sobrevivir en un mundo en que nos sentimos únicas, irrepetibles y a la vez mundanas, falibles, mortales. La carne, esta novela indispensable nos lleva por esos rincones de lo indecible en voz alta, nadie que la lea, hombre o mujer, se sentirá lejos de esta historia que es, en el fondo, la historia de los amores verdaderos que se desvanecen, del sexo irrefrenable que nos compromete con la locura y la evaporación del deseo convencional con el que la literatura clásica nos ha fustigado durante siglos. Rosa Montero se ha convertido ya en una referente de las letras hispanas desde Europa hasta Latinoamérica; razones y libros sobran para demostrarlo.