Eran las 10 de la noche, estábamos tres periodistas tomando una cerveza en una cantina, una pequeña de siete años se nos acercó vendiendo ramitos de azahar,una flor aromática que me recuerda a mis abuelos. La pequeña puso las flores frente a nosotras, pero no ladeó la carita con ese entrenado gesto de lástima. El mesero intentó sacarla; salí con ella. Su hermana de 11 años se acercó a protegerla de una potencial robachicas; ambas cargaban ramos en venta. Su madre, miembro de la oleada de desplazadas de la violencia en la sierra de Guerrero, trabaja en el mercado de Jamaica, justamente vendiendo flores. Ambas van a la escuela, me dieron la dirección del colegio y el grado que cursan. Todas trabajan y muchos años vivieron en la calle hasta que lograron tener una casita de cartón. Jamás dejaron de trabajar y probablemente jamás lo harán por el resto de sus vidas. Compré las flores, entonces ellas me entrevistaron a mí; al despedirnos y volver a la cantina, ramos en mano, pensé en cuán inútiles han sido los políticos de todos los partidos para comprender el verdadero Estado de Bienestar. La mancuerna de esa estupidez la formamos nosotros, la sociedad capitalista que se ha comprado la idea de que las personas en situación de pobreza o de calle lo son porque quieren, porque hay algo de indigno y despreciable en quienes no trabajan y no producen capital.
Hace unos días una organización civil nos convocó a unirnos a la campaña #YoTeNombro de @Commenta_org para reconocer a la población de mujeres y niñas que viven en las calles de la Ciudad de México. La acción cobró tal fuerza en redes sociales que forzó al jefe de gobierno, Miguel Ángel Mancera, a responder en video: recibiría a las organizaciones. Éstas respondieron que debe reunirse con un grupo de población sin techo y dialogar. El primer encuentro con varias instituciones se llevó a cabo ayer lunes 5 de diciembre; pero sin él. El siguiente deberá ser con el gobernante, simple y sencillamente porque esas son las reglas de las instituciones de bienestar social del siglo XXI. Lo que J. M. Keynes define como “un sistema en que la comunidad organizada tenga como fin común promover la justicia social y económica al mismo tiempo que el respeto y la protección de las personas con su libertad de elección, su iniciativa”.
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Desde hace décadas las y los economistas como J. M. Keynes se han preguntado cómo fortalecer la asistencia social; porque el liberalismo no ha reconocido que el consentimiento a ser gobernado deja intacto el problema de cómo se gobierna a la población dependiente. Para donde quiera que vaya el diálogo burocrático con las personas sin techo, es indispensable comprender que deben ser integradas en la creación de la solución, porque vivir en las calles no es una decisión personal sino el resultado de múltiples problemas creados colectivamente: niñas y niños que huyen de la violencia familiar o de explotadores. Familias desplazadas por la inseguridad y narcoviolencia en la mitad del país, la desigualdad que impide que las mujeres trabajadoras ganen igual que los hombres, la enfermedad que deja en la miseria a quienes deben pagar por servicios de salud insuficientes, etcétera. El filósofo Richard Sennett nos recuerda que las personas que se convierten en dependientes se sienten atrapadas, intentando, como esas dos pequeñas vendedoras de flores, ganarse el respeto de los demás al tiempo de ganar el respeto propio en una sociedad que discrimina y maltrata con crueldad. Mancera y su equipo habrán de entender que la única posibilidad de abordar la grave situación de personas sin techo en la ciudad, es integrando la perspectiva que reconoce el abismo de la desigualdad y los motivos de fondo que las han llevado a esa situación. Que las dependientes deben ser parte de las decisiones, sólo así se desarrolla autonomía dentro de esa dependencia. Lo demás es burocracia impersonal y demagógica.