Elena fue rescatada

Opinión

Aunque lo repitan editores, críticos literarios y páginas de Internet, Gabriel García Márquez no fue el precursor del movimiento literario más famoso en la literatura del siglo XX. Fue una mujer; su nombre es Elena Garro, la escritora mexicana que nació justamente hace 100 años. La literata alcanzó este logro inimaginable para ella misma en 1963, cuando ganó el premio Xavier Villaurrutia por su novela Los recuerdos del porvenir.

Como una especie de profecía de su propia obra que incluye cuentos, novelas, biografía, prosa y obras teatrales, a ella le tocó vivir en el exilio machista, más allá de su condición de paria debido a chismes, declaraciones políticamente incorrectas y envidias causadas en el medio intelectual a partir de su fuerte personalidad y su torpeza o ingenuidad en el entorno diplomático. Elena Garro fue exiliada de los grupos de escritores notables. Su búsqueda de una voz propia, ajena a la de sus parejas, amigos o amantes que dominaban la escena intelectual, le ha ganado un lugar especial en la historia, sitio apenas reconocido ahora, en el centenario de su natalicio y a 18 años de su muerte, casi abandonada.

Otra brillante mexicana, la doctora en literatura hispanoamericana y crítica literaria, Lucía Melgar, ha dado en el clavo en una de las razones por las cuales los escritores de su época, es decir los hombres del boom Latinoamericano, no la defendieron ni a ella ni a su obra como lo hicieron entre ellos. Desde Los recuerdos del porvenir, hasta Los perros y el rastro, La semana de colores, La casa junto al río y Matarazo no llamó, Elena devela una crítica profunda a la mezquindad de la misoginia, al machismo introyectado en hombres y mujeres de su época, al terror del abandono, la exclusión y la violencia. Como cualquier persona dedicada profesionalmente a la creación literaria, Garro enfrentaba a sus propios demonios, demostró, como lo hicieran Carlos Fuentes, Octavio Paz, Vargas Llosa y García Márquez, torpezas conductuales, relaciones cercanas con políticos impresentables (recuerdo ahora el libro La terca memoria de Julio Scherer y sus confesiones sobre las dádivas presidenciales y los encuentros amistosos con políticos criminales). La torpeza política de Elena Garro podría competir con la misma inadecuación que demostraron otros de su generación: Juan Rulfo, Juan José Arreola, Octavio Paz y el propio Jorge Luis Borges. De todos ellos se han dicho cosas buenas y malas, pero a ninguno lo han borrado como a Elena Garro de la Historia (así con mayúsculas) de la generación del boom.

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Basta abrir la página de Wikipedia (lo que hacen estudiantes de todo el continente), para leer los nombres de todos ellos, ni una sola mujer. Ni Elena, que fue señalada como la gran escritora mexicana después de Juana de Asbaje, mejor conocida como Sor Juana Inés.

El aniversario de la existencia de esta autora, quien marcó a muchas mujeres de mi generación con su obra literaria, se ha convertido en un correlato que ella misma podría haber escrito con su ácida, profunda y puntual prosa. Hace unas semanas se desató el escándalo cuando la editorial española Drácena publicó un cintillo de mercadotecnia, vendiendo a Elena Garro como “la esposa de…”, “amante de…” e “inspiración de…”. Su editor le da valor en la medida de los hombres que la rodearon. Esto sucedió justamente al mismo tiempo en que en la FIL Guadalajara un grupo de estudiantes circuló una petición para entregar a Raúl Padilla, presidente de feria literaria más importante de Latinoamérica, luego de notar que en todas las inauguraciones son hombres (casi siempre los mismos) los que presiden y dos tres mujeres de relleno. También se cocina una campaña en contra de El Colegio Nacional: la institución que agrupa a los científicos, artistas y literatos mexicanos más notables, entregándoles una suma mensual por pensar y hablar. De 80 miembros sólo ha tenido tres mujeres; el argumento de sus miembros es que no encuentras mujeres brillantes, la respuesta de la campaña es una lista de mil mujeres. Si Elena viviera estaría en ella.