20 de diciembre 2016
Por: Lydia Cacho

Armarse de valor

Juan Carlos jamás había participado en una marcha, siempre se quejó de que las movilizaciones sociales son una monserga, crean caos vial, se llena el metro, aumenta la contaminación. Un miércoles de febrero de 2013 su hijo murió en una balacera afuera del colegio. Las autoridades dijeron que estuvo en el lugar incorrecto en un fuego cruzado entre policías y criminales. Desde entonces, Juan Carlos y su familia colaboran con organizaciones, hacen campañas y van a las marchas contra la violencia.

Martha estaba dedicada en cuerpo y mente a su trabajo como administradora de empresas. Ella confiesa que las feministas de su ciudad norteña le parecían escandalosas y marrulleras; pero la madrugada de un domingo de octubre su hija de 16 años no volvió a casa. La búsqueda se tornó pesadilla, ella como miles de las víctimas a las que criticaba por escandalosas, se vio forzada a pedir ayuda a una organización feminista que no solamente llevó a cabo la investigación del paradero de su hija, se enfrentó a las autoridades corruptas y encontró el cuerpo de la joven. Hoy, el juicio por feminicidio sigue abierto, y Martha dedica varios días a la semana en campañas contra la violencia feminicida.

Ramiro y Claudia tenían una vida plácida de clase media. A punto de que su bebé entrara en la guardería habían decidido no leer los diarios ni ver noticieros. Aseguraban que los periodistas son exagerados, los activistas escandalosos, amarillistas, irresponsables porque ponen nerviosa a la sociedad. Una terrible mañana de junio de 2009 se incendió la guardería de su ciudad. Murieron 43 niños y niñas, entre ellos el bebé de sus mejores amigos. Desde entonces hasta la fecha, todas las semanas participan en alguna acción para que las guarderías públicas de este país sean seguras, tienen en casa un póster con las fotografías de las víctimas de la Guardería ABC.

Alfredo siempre creía tener la razón sobre cualquier tema. Abogado conservador convencido de que los pobres lo son por flojos; que a las mujeres las golpean por estúpidas, es decir porque ellas lo permiten. Sólo escuchaba en la radio a los periodistas progobierno. Toda su vida votó por el PRI. La noche del 2 de marzo de 2015 su hija, estudiante de la universidad más cara del país, le llamó desesperada. Apenas pudo expresar que su novio y amigos la tenían encerrada y la estaban violando; la llamada se cortó y el celular quedó ilocalizable. Alfredo, desde entonces, ha descubierto la ineptitud de las autoridades, que sus influencias no sirven porque lo miran con la duda de si su hija “estaría metida en malos pasos”. Hoy dedica unas horas a la semana en apoyar a una organización que defiende mujeres víctimas de violencia sexual y asiste a las marchas con su esposa e hijos.

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Millones de personas permanecían desinteresadas frente a la violencia causada por la militarización policial; cuando las desapariciones forzadas llegaron a sus vecindarios entendieron que estaban equivocadas. Cientos de miles de ciudadanos creen que el secuestro les sucede a quienes no saben cuidarse; hasta que uno de los suyos es raptado, entonces crean organizaciones, apoyan movimientos, fomentan la denuncia pública. Millones de personas en México jamás se pronuncian contra la ignominia de las violencias, hasta que la violencia entra en sus vidas, sus hogares, sus empresas. Si bien es cierto que la impunidad produce resentimiento e ira generalizados, también es verdad que la rabia obnubila, termina justificando la impunidad e incrementa la crueldad, es decir, revictimiza.

El cinismo frente al dolor de las y los otros nos hace cómplices del poder de los criminales; en cambio la empatía masiva nos protege, nutre la esperanza, cambia poco a poco a este país y nos recuerda que somos más de cien millones de personas que queremos vivir en paz y libertad en México. Mi madre siempre decía: hoy por ti, mañana por mí.

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