Algo increíble ha sucedido en México durante los últimos 15 días. Aún nadie es capaz de comprender la proporción e impacto que tiene y tendrá a largo plazo la fusión de causas e intereses ciudadanos a partir del gasolinazo y el alza encadenada de todos los productos que necesitan ser transportados. Los sindicatos de taxistas de diversos estados que han servido durante décadas al partido en el poder, antes y durante las elecciones, al igual que sindicalistas petroleros y de otras ramas laborales, se han unido a las marchas, plantones, cierres de carreteras y acciones pacíficas en gasolineras y calles de toda la geografía nacional. Empresarios que comúnmente prefieren resguardar sus intereses y relaciones opacas con los gobernadores se han rebelado por primera vez en décadas (aunque no todos dan la cara, han participado en reuniones en que por fin muestran su capacidad para disentir frente al poder presidencial).
Y no hay ilusión de que sean las redes sociales, al menos no exclusivamente, las que fueron capaces de aglutinar esta diversidad de personas, empresas, corporaciones, organizaciones civiles, sindicatos e incluso personajes de la política, en esta larga y creciente rebelión contra las decisiones gubernamentales que han terminado por dejar al país en un “estado de decepción” para algunos ya incomprensible. Allí están las cifras en casi todos los medios serios de México; ya son millones de personas las que se han unido a la petición concreta y pacífica de que se resuelva de forma diferente la crisis causada por el mal manejo de la economía nacional, por los altísimos índices de corrupción y latrocinio de la clase política y los líderes sindicales petroleros que durante décadas han sido evidenciados por sus actos de inaceptable saqueo y pillaje.
Debemos agradecerle al presidente Peña Nieto su falta de capacidad intelectual para comprender los niveles de ira real que causan sus intervenciones públicas, su débil liderazgo, acompañado por lo que eufemísticamente llaman “fuego amigo” dentro de su propio partido con miras a las elecciones del 2018, como el llamado al sabotaje a los comercios en el Estado de México y la CDMX. Digo agradecerle, porque sin las desafortunadas declaraciones y preguntas absurdas, como el “¿Qué hubieran hecho ustedes?”, no veríamos esta rebelión masiva.
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Basta revisar los diarios, incluso aquellos cuyos propietarios viven del patrocinio y connivencia con la presidencia de la República, para percatarnos de que es imposible ya negar quiénes nos han llevado a este “despeñadero”. Ya las y los colegas han enlistado el cómo, desde cuándo y de qué manera nos llevaron hasta aquí. Tenemos listas, memes, investigaciones, documentos, grabaciones, material de utilidad no sólo periodística sino jurídica para demostrar que el poder legislativo, ejecutivo y judicial han dejado a la vaca tan débil que en lugar de trabajar en su nutrición para que siga dando leche, le han ido cortando trozos en carne viva, la han debilitado de tal forma que ni ellos mismos son capaces de comprender cómo sanar a ese animal que, metafóricamente, sostiene la economía nacional y que Trump no pintaba de nada cuando se profundizó la crisis mexicana.
Tenemos 11 ministros/as en la Suprema Corte de Justicia de la Nación que están revisando documentación que integra amparos colectivos contra el gasolinazo. Cada ministro gana 6.7 millones de pesos anuales. Los salarios y prestaciones de diputadas y senadores no están lejos de esas cantidades. Gracias a la genial pregunta de Peña, se han puesto sobre la mesa un centenar de respuestas estratégicas claras, factibles, efectivas y útiles para revertir la crisis económica que el enriquecimiento y latrocinio profesionalizado de la burocracia política implica para las y los mexicanos. El problema es que quienes podrían ponerlas en práctica serían los secretarios que creen que somos un país de invidentes, incapaces de ver cómo torturan a la vaca mientras Trump les ha caído del cielo como excusa perfecta. Lo que no han comprendido es que quien pierde la vista tiene los otros sentidos más avezados, sabe escuchar y buscar nuevos caminos, entre ellos uno que está frente a nosotros desde hace décadas: el autoconsumo nacional, no la imposible guerra contra las importaciones, ni el patrioterismo bobo, sino el consumo local. Dejar de mirar al enemigo externo con miedo, reinventar las reglas internas, sabotear lo que nos daña, pagar por lo que nos favorece colectivamente. Esta rebelión apenas comienza y no es vana, ni débil. Es útil y puede cambiar nuestra relación colectiva, fortalecer los intereses ciudadanos frente a los poderes fácticos; necesitamos menos ira y más creatividad para sostener el disenso contra el verdadero peligro para la sociedad: nuestro miedo e incredulidad sobre el poder social para unirnos desde abajo hacia arriba de la pirámide.