“Los 40 son los nuevos 15” le dice un hombre de casi cuarenta años a otro sentado a su lado en el avión. La conversación de este par de hombres atractivos, vestidos a la moda al estilo ‘wiskyizquierda’ mexicana, gira alrededor de la fracasada película en la que Batman y Superman pelean por la supremacía heroica. Ambos hablaron de sus héroes de comics, una infancia claramente contenida en la fantasía Marvel. La conversación podría parecer inocua hasta que uno de los dos comienza a hablar sobre las mujeres, pasa de Gatúbela a la Mujer Maravilla; no importan sus poderes sino lo buenas que están.
Uno de ellos terminó con una guapa novia porque la chica no quiso cumplir sus fantasías sexuales. El amigo le responde de inmediato, un poco en broma, que desde que él cumplió 30 se prometió nunca salir con una mujer de más de 25 años. La hipótesis del sofisticado viajero es que las mujeres de más de 30 (edad en la que están ambos) tienen independencia económica y eso acaba con las relaciones. El otro se queja un poco…sí, caray, hay que estar negociando todo con ellas, hasta el sexo, en cambio las chavitas están felices de salir con un hombre que está a cargo de la situación. Elaboran ejemplos reiterativos sobre la supremacía de sus superhéroes y la comparan con la supremacía de los hombres. Para qué cambiar algo que funciona, pregunta el defensor de Superman, si un hombre puede tratar a una vieja como reina, le da todo lo que quiere y hasta se casa con ella, ¿para qué quiere trabajar? La respuesta del amigo cierra con broche de oro ese fragmento de una conversación que duró cuatro horas en el vuelo de México a Nueva York: yo trabajo para tener una vieja que me consienta, que coja cuando yo quiero coger, que sea buena madre de mis hijos, no quiero una diva, quiero que mis hijos respeten a su mamá como yo a la mía.
Estos dos galanes hubieran hecho las delicias terapéuticas de Sigmund Freud.
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Lo que siguió fue una larga conversación sobre videojuegos, futbol y pornografía. Los dos hombres estaban fascinados con lo que claramente consideran ideas progresistas, quieren seguir actuando como quinceañeros, rebeldes, machistas, juguetones, un poco cínicos. Adultos que se niegan a abandonar la adolescencia y cuya cultura de la sexualidad se basa en la pornografía. No están solos, millones de hombres y niños en México en la actualidad han aprendido a relacionarse (o creen que lo han aprendido) con el erotismo y las mujeres a través de la pornografía de internet. Sí, esa en que todas las mujeres están puestas y dispuestas en cuanto descubren una erección a la vista, esa en que ellos disfrutan ahogar a las mujeres para sentir que nadie más que ellos tiene un órgano sexual inmenso, las que fingen orgasmos sin que se les mueva el pelo, que a la menor provocación deciden hacer tríos y bondage. La sexualidad porno sin límites, acartonada, ridícula, caricaturizada, llena de lugares comunes que apelan a la masculinidad machista y a la feminidad hembrista se ha convertido en una parte importante del imaginario social.
Afortunadamente no todos los hombres están retratados en este par de personajes que hacen de mi viaje una exploración de antropología social, pero los que sí lo están, por desgracia, son los que mandan cada vez más en el país. Los vemos a diario dirigiendo empresas, gobiernos, negocios y hasta organizaciones civiles encabezadas por este modelo de neomacho que bebe mezcal y wisky, que sabe un poco de derechos humanos y mucho de comunicación política. Dueños de una personalidad que no le teme al Botox ni a las dietas de licuados de proteínas y al gimnasio. Me pregunto qué será de la nueva generación de mujeres jóvenes independientes y fuertes, atrapadas entre dos grupos etarios de viejos y jóvenes que añoran la cultura machista. Me pregunto si hay una correlación entre el fortalecimiento de esos líderes, que sueñan con ser Superman pero actúan como Pedro Infante, con el incremento de violencia feminicida, de ataques sexuales, de la neo-misoginia impune.