Lo que siempre he admirado de los franceses, es que por pobres o marginados que sean, se sienten y actúan como ciudadanos. La gran mayoría se interesa por lo que sucede en su país, leen las noticias, participan en las encuestas y discuten las leyes que van a ser votadas en el parlamento. Ser ciudadano es exactamente eso, sentir que uno tiene la posibilidad de participar e influir en las decisiones de un Estado y que nuestra voz cuenta. En Francia se critica al gobierno, pero no se le teme ni el pueblo se considera una víctima de éste.
La semana pasada será inolvidable para la historia contemporánea de Francia y del mundo. Después del atentado a Charlie Hebdo por dos integrantes de Al Qaeda (comentado aquí hace ocho días), hubo otro en un supermercado judío de la comuna de Vincennes, un acto terrorista que la policía desactivó de forma eficaz, arriesgando la vida para salvar la de los cinco rehenes. Pocas horas más tarde, fueron abatidos los dos integrantes de Al Qaeda, escondidos en Demartin-en-Goële. Sin embargo, lo más memorable de todo fue la reacción de la gente que salió a las calles por millones, conformando la manifestación más grande y emotiva que se ha visto en la historia de Francia. De forma similar, hace un par de días, en la Asamblea Nacional, mientras guardaban un minuto de silencio por las víctimas, los diputados entonaron, de manera espontánea, las primeras estrofas de La Marsellesa. De esas imágenes, impresiona la variedad racial de dicha asamblea. Al verla, no pude sino recordar el análisis que hace Roland Barthes en su libro Mythologies de una portada de Paris Match donde dos soldados negros saludan a la bandera tricolor, una imagen que, a decir del célebre semiótico, simboliza la unidad nacional más allá del color y del origen.
Es verdad que los distintos gobiernos han manejado muy mal la integración magrebí. Aún así, es innegable que Francia y el Magreb tienen un lazo muy íntimo, una larga historia de amor y de odio. La mezquita de París y el instituto del mundo árabe, situado al borde del Sena, en pleno corazón de la ciudad, dan prueba de la importancia que tiene esa cultura allí. En Francia la comida árabe es muy apreciada, también la música, la literatura y el cine. Sin embargo, el amor tiene límites.
Francia fue el primer país en separar, a fines del siglo XIX, el Estado de la Iglesia. El laicismo es, sin lugar a dudas, uno de los grandes valores de la República Francesa. Cuando los terroristas entraron a Charlie Hebdo la mañana del miércoles, gritando Allahou Akbar y exhortaron a convertirse al Islam a las mujeres de la redacción, atentaron contra dos de los valores más preciados de la República: el laicismo y la libertad. En nombre de los otros dos valores fundamentales, la igualdad y la fraternidad, el Presidente de Francia, François Hollande pronunció un discurso que, para sorpresa de muchos, no fue de rechazo a quienes practican la religión musulmana, sino de conciliación e integración. También por eso, la portada del número que sacó Charlie Hebdo tras el atentado lleva por título un sorprendente pero conmovedor “todo está perdonado”. Sin embargo, perdonar no significa olvidar. Octavio Paz, gran admirador de la cultura francesa, decía que la libertad no se predica, sino que se ejerce. Los 12 periodistas que murieron por defenderla y los millones de personas que salieron con pancartas para apoyarlos, acaban de demostrarlo. Francia nos ha dado, en estos últimos días, una gran lección de coraje y de ciudadanía.