Cierre los ojos un segundo y piense en la imagen que le viene a la mente sobre los siguientes profesionistas: “médico”, “arquitecto”, “veterinario”, “político”. ¿Hay alguna con la que definitivamente no se identifica?, ¿alguna le causa repulsión o desprecio? Déjeme adivinar cuál es…
Si lo pensamos, resulta paradójico que el político tenga en nuestro imaginario una imagen de mafioso, corrupto, asesino, acosador de mujeres, alguien avocado a enriquecerse a costa de lo que sea y a darse la gran vida. La clase política debería, por el contrario, ser una capa selecta de la sociedad, constituida por individuos que, gracias a sus méritos y a su trayectoria intachable, representara al pueblo y defendiera sus intereses. ¿Cómo es posible que haya ese abismo entre lo que debería ser y lo que es? Las explicaciones son diversas y tienen que ver seguramente con nuestra historia, pero también con nosotros mismos, con nuestra visión del mundo y con el presente.
A lo largo de mi vida, he conocido a muchos mexicanos ilustres y éticos. He conocido a periodistas valientes, a defensores de los derechos humanos, a religiosos que viven entre los más necesitados y se encargan de que las obras de caridad realmente lleguen a ellos, a profesores universitarios, psicólogos, escritores, arquitectos, filósofos, médicos, maestros de meditación, en quienes confiaría lo suficiente para otorgarles un cargo de gobierno. El problema es que a ninguna de estas personas tan valiosas les interesa meter las manos en esa cloaca en la que se convirtió hace muchos años la política mexicana.
En La República, Platón dice que quien no se quiere mezclar con los asuntos del gobierno está condenado a obedecer a sus inferiores. Creo que esa frase escrita 347 años antes de Cristo de no puede ser más actual. Ayer pensaba en la generación de jueces colombianos que sacrificaron su vida en la lucha contra la corrupción; pensaba en las autodefensas que promueve, y no sin argumentos José Manuel Mireles; pensaba en el sueño y la toma de conciencia que nos dieron hace veinte años los integrantes del EZLN; pensaba en Mahatma Gandhi y en su lucha pacífica, en su resistencia aguerrida.
Los hechos ocurridos durante las últimas semanas en Veracruz, en Guerrero y en el DF han despertado –después de años y años de vejaciones- una ira comprensible en el mundo entero. Sin embargo, está comprobado que en todos los ámbitos –los conyugales, familiares, laborales, sociales, internacionales- que la violencia acarrea más violencia. Y aunque comprendo y asumo esa rabia, no creo que tomar las armas sea una solución a largo plazo. Se necesita una fuerza de voluntad y, me atrevo a decir, una mística a prueba de balas para desactivarla.
Necesitamos que las personas con estas cualidades aparezcan y tomen responsabilidad de una vez por todas. Necesitamos escucharlas y, sobre todo, tener presente que si esto ocurre no será tarea de un día sino de varias generaciones. Sin embargo, no tenemos alternativa.
(Guadalupe Nettel / [email protected])