Magdalena es un enigmático pueblo del norte de Sonora en cuya plaza principal reposa y se exhibe el esqueleto de Eusebio Kino, un sacerdote italiano que guió la colonización de estas tierras áridas en las que los días transcurren con lentitud. Cuenta la leyenda que el padre Kino, un viajero incansable con una vida prodiga en aventuras, llegó a sus 66 años de edad para visitar la capilla de San Francisco. Esa misma noche, enfermó, murió y fue enterrado ahí.
La capilla de San Francisco todavía existe en la plaza principal de Magdalena, junto al mausoleo en el que descansan los restos del padre Kino. Entré al adoratorio y encontré que una de las figuras más veneradas en estos pueblos del desierto es un religioso nacido en el lejano Líbano. San Chárbel es el santo con la barba más larga que he visto. Además lo cubre una túnica de monje. Pero lo llamativo son las decenas de listones multicolores que cuelgan de sus brazos extendidos.
Cada uno de estos listones tiene escrita con plumón una historia en clave. “Te pedimos por Gerardo, para que regrese con su familia porque lo extrañamos mucho”, decía uno de color rojo. “Rogamos nos ayudes en la búsqueda de Raúl para que en lo posible y cuanto antes podamos de nuevo verlo”, se leía en otro amarillo. Pensé en agregar los nombres de las personas desaparecidas a las que he buscado. Recordé los de Jesús Piedra Ibarra, Manuel Muñoz Rocha, Gabriel Alberto Cruz Sánchez, Edmundo Reyes Amaya, Roy Rivera Hidalgo, Samuel Noyola… Imaginé luego cómo se vería San Chárbel si cargara también con los listones de los 25 mil 821 desaparecidos registrados oficialmente en el país. Es obvio que el santo colapsaría.
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No estoy seguro de que Gerardo y Raúl, los desaparecidos mencionados en los listones de San Chárbel, se encuentren en una lista gubernamental. Es muy probable que sus casos formen parte de la cifra negra en la que están cientos de víctimas que no son reportadas al Estado porque para sus familiares no tiene sentido pedirle al mismo ente que creen que los desapareció, que ahora los busque.
La desaparición de personas carcome a México. Las autoridades han sido incapaces de acabar con la idea de que la maquinaria judicial trabaja más para los criminales del gobierno que para los ciudadanos comunes. Quizá porque tampoco han podido dar una explicación coherente del por qué se desató en los ocho años recientes esta pandemia ocurrida antes, solamente en los 70 durante la llamada Guerra Sucia contra los opositores al viejo régimen del PRI.
Aunque el problema de las desapariciones ha sido visibilizado en general tras el caso atroz de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, el pozo es tan hondo como el desierto de Sonora. Miles de personas han extraviado a sus más cercanos en el limbo del crimen, corrupción e ineptitud propiciado por este sistema de apariencia democrática. La impunidad es tan escandalosa en México que, para encontrar a un desaparecido, la gente cree más en un milagro de San Chárbel que en el gobierno.