No recuerdo un golpe tan duro a Acapulco y a las costas de Guerrero como el que se vive en estos días.
Quizá es momento sólo de insistir que se necesita ayuda, que hay suficientes centros de acopio en el Distrito Federal como para que nadie se quede en su casa, que se necesita comida y enseres domésticos (una escoba es ahora un producto de primera necesidad), antes que cualquier otra cosa.
Es posible que sea la única convocatoria posible y que el análisis deba dejarse para después, porque es un momento de emergencia.
Pero no puedo dejar de decirlo: es un golpe brutal de la naturaleza, pero que de nuevo se magnifica por la corrupción y la ineficiencia.
Hagamos un poco de memoria: en 1997, el huracán Paulina provocó casi 400 muertos, miles de damnificados, colonias enteras destruidas y una crisis que duró al menos cinco años. Cayeron más de 400 milímetros de agua. Nada parecido había ocurrido en más de 40 años.
Pero, valiente consuelo, llovió un día.
Hoy llevamos cuatro días, un aumento del 50% en la precipitación pluvial y una zona afectada que, en kilómetros cuadrados, hace palidecer el Paulina.
Es posible, ojalá, que haya menos muertos. Pero las consecuencias, sin duda, son peores: más de 250 mil damnificados.
En 1997, el presidente Ernesto Zedillo dijo que Paulina dejaba cuatro lecciones: “Prevenir los asentamientos humanos en terrenos peligrosos; Continuar con el programa federal de Contingencias, establecido en 1995; Reparar los errores de gobierno anteriores, y valorar las acciones de la gente”
El entonces alcalde, Juan Salgado, reconocía que “el desarrollo urbano de Acapulco ha sido anárquico. Su historia es de invasiones y asentamientos irregulares. El desarrollo demográfico ha sido superior al económico. Si bien es cierto que el turismo ha dado grandes beneficios, también ha traído una gran migración, que no ha sido paralela a la canalización de los recursos para la infraestructura urbana”.
¿Algo se resolvió? Nada.
¿Alguien pagó? Nadie.
Ahora, arrancamos con un Servicio Meteorológico Nacional que el viernes informaba que “Manuel” tenía una peligrosidad moderada, según se asienta en los comunicados de prensa emitidos.
No hubo, por tanto, ningún aviso a la población y menos aún se evitó la llegada de turistas, dispuestos a aprovechar este puente. Sólo se dijo que iba a llover.
Conagua tampoco lanzó una advertencia. Basta revisar la información emitida.
Y peor: las zonas más dañadas son, de nuevo, construcciones irregulares en zonas pantanosas, como lo son los terrenos del “nuevo Acapulco”, que todos los turistas pueden ubicar fácilmente como las zonas cercanas al Princess, a Barra Vieja e incluso al Aeropuerto, y que hoy es la zona más afectada del puerto.
¿Dónde quedó el “prevenir los asentamientos humanos en terrenos peligrosos”?
Insisto: quizá ahora sólo sea momento de pedir que todos cooperen para enfrentar la emergencia. Hay centros de acopio en una veintena de lugares del Distrito Federal, empezando por la Cruz Roja, la representación del gobierno de Guerrero, las estaciones de Bomberos y el Palacio del Ayuntamiento.
Pero espero que, pasada la emergencia, las cosas no queden ahí.
Tenemos que saber por qué se ignoraron las alertas. Tiene que llegar el momento en el que le pidamos cuentas a quienes han sido alcaldes de Acapulco en los últimos años. Tiene que llegar el momento de saber qué pasó.
(DANIEL MORENO CHÁVEZ)