“Niño, jamás te desconectes”, me aconsejó después de una borrachera en el avión presidencial, acompañando a Salinas en el 93. Joaquín López-Dóriga se reinventaba tras perder el poder y la fortuna que amasó en el gobierno de López Portillo. Compraba trajes baratos y zapatos con suela de goma, era paternal con los periodistas jóvenes y luchaba con una vieja adicción.
Fidel Samaniego era el cronista de Los Pinos, pero desde el menospreciado Heraldo de México, discreto, hábil y experimentado, López-Dóriga se hizo influyente en el círculo salinista. Tuvo un tropiezo ligado a su adicción y se sometió a una cirugía que sus amigos pensaron que no sobreviviría. Festejó 25 años de periodista en su casa del Pedregal, una residencia sin lujos, amplia y añosa.
López-Dóriga venció la adicción, volvió a casarse, entró a la radio, tuvo otros hijos y en 2000 ocupó la conducción estelar de Televisa. Volví a verlo en una cumbre en Los Cabos. Iba acompañado de un séquito de asistentes, incluida una maquillista.
A López-Dóriga le gustaba bromear. Decía que su mamá le había retirado el habla porque la había vuelto rica, tras ser millonaria. Recuperada su fortuna, se mudó a una de esas torres como un gigantesco pastel, en la calle Rubén Darío de Polanco.
Hace unos días López-Dóriga perdió un litigio contra la empresaria Asunción Aramburuzabala, un asunto que es un microcosmos del país. Dos grupos de vecinos involucrados, uno insistió en la vía legal y otro por el camino de los poderosos: utilizar influencias, litigar en la prensa, resolver asuntos legales por la vía política.
Este escándalo simboliza lo peor de la política y del poder de los periodistas y los medios. En vez de hacer valer la ley, Miguel Mancera se hizo cómplice de los vecinos extorsionadores, comandados por la esposa de López-Dóriga. Los abogados del gobierno de la ciudad litigaron por ellos y suspendieron la construcción de una nueva torre de departamentos.
¿Qué significado tiene que un tribunal le haya dado la razón a Aramburuzabala?
Las sociedades se construyen a partir de acuerdos entre grupos hegemónicos de poder político y económico que las determinan. En México, antes de la Conquista, los pactos en el poder comenzaron a definir lo vital.
Lo inédito en este caso es que se hayan roto los acuerdos en el poder. La corrupción y la impunidad que padece la mayoría, finalmente tocaron el cielo de los privilegios.
Una lección es que, pese a todo, la denuncia volvió a probar su valía, y una parte de las instituciones funcionó.
López-Dóriga quedó en evidencia y Mancera debería sentirse avergonzado: si no se ha percatado, la batalla de Aramburuzabala desnudó la forma oscura y corrupta con la que gobierna la ciudad.
El escándalo López-Dóriga-Aramburuzabala es un retrato de la decadencia de una sociedad y un país controlado con corrupción y pactos de impunidad por los grupos de poder en México.
Las grietas en el poder ya asomaron y la sociedad las ha visto. ¿Hasta dónde llegarán?