Perdí el miércoles mirando la sesión del INE. No, no es que me haya vuelto loco: tenía curiosidad. Ese día se discutiría la propuesta de quitarle el registro al rapaz tucán del Partido Verde. En fin: no diré que fue la jornada más tediosa de mi vida (porque alguna vez tuve que pasar un sábado expendiendo hot-dogs en una kermés), pero se acercó bastante.
Si la entendemos en términos de show, la parte legal de la democracia partidaria está llena de defectos. Uno se duerme mientras los consejeros electorales recitan las fórmulas de las minutas y se “instruyen” esto o aquello. Algún insano placer da que los representantes de partidos se tundan unos a otros (el cinicote y demagogo enviado del Verde, por ejemplo, podría ganar el casting para villano de una película de Disney sin despeinarse), pero luego de un par de horas de retórica y tortazos, la cosa pierde la gracia.
Sobreviven en la memoria apenas algunos detalles: el representante del PAN que, por dárselas de culto, le dice al del Verde que es como “Sócrates y sus cínicos”; el representante del PRD al que le dan la palabra mientras está al teléfono y aún se echa un minuto en despedirse y luego dice: “Ay, pensé que se iban a tardar más”. Los representantes del PRI idénticos a todos los representantes del PRI a lo largo de la historia: caricaturas andantes, incapaces de citar un artículo de la ley…
Ahora bien, la maquinaria legal de la democracia no tiene por qué responder a los códigos dramáticos del entretenimiento. Una sesión del INE no tiene por qué ser divertida. Nadie dijo que los oficios y las atentas notas sean asuntos épicos. El problema reside en otra parte y tiene que ver con nuestras expectativas. Cientos de miles de personas esperan que el INE dé soluciones contundentes a los problemas que se le presentan. Pero el organismo es, finalmente, una institución, y su papel consiste en levantar actas, rellenar minutas, aplicar procedimientos y correr trámites. La prensa vendió la sesión del miércoles como una pelea de box en la que habría perdedores y ganadores cuando en realidad iba a ser algo más parecido a la entrega de un expediente en una ventanilla.
Las redes sociales arden en deseos de que el INE se comporte de forma decisiva y tonante, como el dios Zeus, cuando sus alcances se parecen más bien a los de la Comisión Federal de Electricidad. Es decir, que en vez de achicharrar al Verde con un rayo, se limita a aplicarle recargos a su factura y exigirle que, ahora sí, presente la hoja amarilla. Esa es la democracia de la “transición” que llevamos construyendo más de 20 años. Y, a menos que la reformemos (¿Y en qué sentido? ¿Creamos un superárbitro que decida a dedo y sin procedimientos?), no parece posible que obtengamos de ella algo distinto.
(Antonio Ortuño)