Los cafres y el cochinito

Nadie debería oponerse a los reglamentos de tránsito. En México, por ejemplo, 55 personas mueren al día por accidentes automovilísticos, la mayoría ocasionados por el alcohol. Es decir: en los próximos 38 minutos un mexicano morirá atropellado o por un choque. En DF, el alcoholímetro ha reducido hasta en un 70% los accidentes mortales. El problema, como ocurre en casi todo donde los políticos intervienen, es cuando esas nobles reglas son usadas únicamente para sacarle dinero a los automovilistas, sobre todo a nosotros los cafres.

Les cuento:

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Hace un par de semanas, miércoles a medianoche, salí de un bar a la vuelta del Paraninfo, en Guadalajara. No lo voy a negar: traía cinco whiskys encima y así me trepé a mi auto. De pronto noté que el alcoholímetro estaba a cuadra y media de donde me había estacionado, así que metí la reversa, avancé unos 10 metros y me estacioné de nuevo, pero ahora frente al Oxxo. Compremos agua, una pizza y luego nos pelamos, le dije medio en broma y medio en serio a mi acompañante. Entonces se aparecieron dos policías viejos, de esos que mientras hablan agarran la pistola para dejar claro quién es de los güevos. ¡Bájese! Vengo a comprar agua, quise explicarles pero el más prepotente de los policías volvió a exigirme que descendiera del auto. ¿Cometí alguna falta?, pregunté. “Sí”, lo dijo sin resquicio a la lógica común, “Como viene tomado se quiere pelear”. Aun si quisiera pelarme, le reviré, El alcoholímetro está a doscientos metros de distancia de aquí, ¿no cree que es un atropello andar cazando borrachos afuera de los bares? ¡Bájese! Me bajé. En eso se presentó otro policía, un tipo de 1.80, con uniforme de camuflaje y un rifle que bien podría matar a un elefante, entrenado para someter a los necios. Ya ni al Chapo Guzmán lo someten así, pensé. Por suerte, el alcoholímetro en la Zona Metropolitana de Guadalajara lo realizan mujeres (son menos corruptas, además de que algunas de ellas han perdido a un familiar por culpa del volante y del alcohol), y puse mi futuro en sus manos. Sóplele. Soplé. En la escala de .25 a .40 miligramos de alcohol por litro, salí con .30. Es usted un arma peligrosa, me reprochó la oficial y yo me resigné a pasar la noche en las mazmorras. Pero 10 minutos después me entregó la multa con el monto más alto que hay (13 mil pesos) y, acto seguido, me devolvió las llaves de mi auto. Puede irse, me dijo con una sonrisa colgate. ¿Pero usted dijo que soy un arma peligrosa? Puede irse. No es que esa noche hubiera preferido pasarla en la cárcel, es sólo que no entendí el propósito del alcoholímetro: ¿es para evitar un accidente o es para la recaudación que va al bolsillo de la autoridad?

En esta historia tan absurda pienso ahora que, desde hoy, en el DF se aplicará el nuevo reglamento de tránsito. El GDF nos ha dicho —porque la naturaleza de un reglamento es esa— que la salvación del peatón y del automovilista está a la vuelta de la esquina. El GDF, sin embargo, ya nos quiso vender un centro comercial como si fuera un centro cultural, así que tampoco deberíamos creerle tanto. Además, quien está detrás del reglamento es Héctor Serrano, un funcionario que tiene el encargo de preparar la campaña presidencial de Mancera. ¿Los cafres pagaremos esa campaña? ¿Los mil 440 policías autorizados para infraccionar estarán en toda la ciudad —porque en toda hay accidentes y borrachos conduciendo— o sólo se enfocarán en zonas clasemedieras donde la recaudación será jugosa? ¿Podemos confiar los chilangos en que al GDF le interesa reducir los accidentes automovilísticos cuando el propio Serrano, funcionario de la Secretaría de Movilidad, declara que los ciclistas “deben ser más ágiles para no ser atropellados”?

Más temprano que tarde sabremos cuánto le interesaba al GDF la vida del chilango. Por ahora, cafres míos, conduzcamos con precaución, como siempre debimos haberlo hecho. No beban y dejen ese pinche celular. Un día podrían ser ese mexicano que dentro de 38 minutos morirá