Mi amigo J. se hizo famoso en redes sociales el día que tuiteó una foto de un cerdo negro caminando solo, a sus anchas, por la Roma. Aunque como periodista él ha cubierto guerras y desastres naturales, la foto de la peculiar mascota ganó más retuits que cualquiera de sus reportajes.
En la lectura de la secuencia de comentarios descubrió que no había un único cerdo doméstico en la colonia. Al menos, según informaron sus followers, había otros dos. Confieso que nunca me he topado a esos otros.
La semana antepasada reencontré al cerdo caminando por el portal electrónico de The Guardian. El encabezado de la nota anunciaba que en la visita al DF del equipo del diario londinense se topó, cara a cara, con el “mítico cerdo de la Roma”. Una editora anunciaba en su tuit que había conocido al “world-famous pig of Mexico City”. Al leer la nota descubrí que el animal tiene nombre: La Chata.
Conocí a La Chata desde que era bebé, fingía ser un cerdo enano y yo no sabía cómo se llamaba. Un amigo me contó que un día acompañó a sus dueños al paseo matinal de la animala y en el recorrido de una cuadra tardó más de media hora. “Entre que camina lento y entre que todo mundo se quiere tomar una selfie con ella”, explicó divertido.
Imaginé al cerdo reinando en una lodosa tina de baño dentro de un departamento, pero mi amigo me explicó que los cerdos son más limpios que muchos animales y requieren cuidados especiales. Por ejemplo, que les refresquen la piel en todo momento para regular su temperatura. He ahí la razón de sus congéneres para revolcarse en el fango.
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Esta cerda vietnamita famosa en Instagram (@Lachatapig tiene cuatro mil seguidores) pesa 64 kilos, mide 110 centímetros, es un regalo de cumpleaños, puede llegar a vivir 25 años y, todo esto según el perfil que le dedicó el periodista Carlos Carabaña, al salir de paseo tiene que recibir chorros de agua. “La mojo debido a que estos animales no transpiran y así se refresca”, le explicó el orgulloso dueño.
La Chata parece la mascota perfecta para esta colonia atrapahipsters donde florecen parquímetros, cafés, bares, antros, cantinas y tiendas como hongos bajo lluvia. Donde pareciera que las banquetas paren mesas con sillas. Donde levantan condominios donde existían bellas mansiones centenarias. Donde las constructoras marcan el ritmo de la vida y con sus nuevos edificios nos regulan el sol o nos tapizan la piel de arena cual si fuera confeti.
Pienso mucho en La Chata desde que la colonia se quedó sin agua y cada vez que los vecinos nos organizamos para contratar pipas. Me pregunto si esa Peppa chilanga no se estará deshidratando. Si disfrutará del milagroso chorrito de agua percudida que sale por la llave. Si ella también tendrá que racionar la costumbre de bañarse.
Lo hago cada vez que escucho a la gente quejándose de que la escasez de líquido coincide con la explosión demográfica de negocios y edificios. Y en los mítines espontáneos que pesco en los parques atendidos por vecinos apocalípticos vaticinando el hundimiento de la colonia y sus ruinas habitadas por cucarachas. O cuando veo los pósters contra el corredor Chapultepec-Zona Rosa, el desarrollo que amenaza con pisarnos los talones y acaso succionar toda el agua.
Y me sigo preguntando cuántos cerdos más existen en la Roma. Si estos ahora sí apestan. Y me lamento por tod@s.