Hoy haré una confesión.
Jamás lo había revelado porque hay cosas íntimas que uno conserva para sí, como un tesoro desenterrado. Porque la gente hace juicios simplistas y no soportaría tener que debatir con Mario Vargas Llosa y Cuauhtémoc Cardenas, que saldrían disparados en busca de micrófonos para lapidarme.
Hoy he decidido liberar al priista que habita en mí porque hay cosas que no comprendo y que me han hundido en un estado demencial.
Puedo entender a los frívolos que no apreciaron el torrente intelectual de José López Portillo, el presidente visionario que otorgó cargos a su novia, su hijo y su hermano para extender los ecos de su sabiduría filial y congénita.
Puedo entender la ignorancia de quienes jamás comprendieron la valentía de Carlos Salinas, que sacrificó a su hermano Raúl para que sirviera a la patria, aún a costa de su libertad.
Puedo entender el sospechosísmo de quienes ven un conflicto de interés en el matrimonio de la embajadora de Argentina y el represente de la secretaria mexicana de Economía en Washington porque entre ambos han cruzado apoyos institucionales sobre fondos buitre y negocios con Pemex. Son incapaces de entender una forma moderna de gobernar. Buitres ellos, los que confunden todo con un vulgar intercambio de favores.
Puedo entender la ceguera de quienes ven con desconfianza la pareja formada por el penúltimo embajador de EU en México, actual jefe del gobierno de Obama para asuntos internacionales de energía, y la hija de un poderoso priista –exdirector de la CFE–, y el hecho de que ella represente a la Secretaría de Gobernación ante Washington.
Y puedo entender la mezquindad de millones que no aquilatan el sacrificio de las familias revolucionarias que han llevado a esposas, hijos, sobrinos y nietos a ocupar cargos públicos generación tras generación, con el fin supremo de servir desinteresadamente al país.
Lo que no puedo entender es lo que me confesó azorado un funcionario: los ejércitos de Peña no se forman en la mística peñista ni priista, sino en el Centro Fox.
En los últimos 18 meses, como sucedió con él, cientos de sus compañeros de la Presidencia de la República y las secretarías de Gobernación, Hacienda y Economía asistieron a seminarios impartidos por el expresidente de las botas.
No entiendo por un lado, la decisión valiente de aumentar impuestos para mover a México, y por otro destinar millones a financiar la escuela de Fox –tres cuartas partes de los alumnos son servidores públicos según el funcionario– un empresario refresquero que fue un presidente mediocre para la élite de mi partido.
¿Y cuál es la principal enseñanza de Fox? Le pregunté al alumno.
–Que nunca tomó una decisión en el poder. Que para eso contrató a expertos que se hicieran cargo.
El gobierno que mueve a México más que los últimos temblores forma a sus ejércitos en las enseñanzas de un expresidente que presume de no haber tomado jamás una decisión.
Me pregunto qué favor le deberá mi presidente al maestro Fox.
Pero eso no importa. He decidido renunciar al PRI antes de que Fox convenza a Peña de sembrar mariguana y crecer tepocatas y víboras prietas en Los Pinos.
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