Una de las cicatrices más notables que ha dejado en España la crisis económica desatada en el 2008 se encuentra en el franco desplome de su industria editorial. Hace unos días un amigo me relató una conversación que tuvo con el comprador principal de la Casa del Libro, una de las cadenas de librerías más grandes de ese país, en la que el librero vaticinó que para el 2014 el tamaño de la industria editorial española será aproximadamente 50% más chica con respecto al 2006.
Si consideramos que España sigue siendo, por mucho, la industria editorial más grande del idioma, a primera vista estos datos no pueden anticipar un porvenir muy saludable en las latitudes latinoamericanas. Sin embargo, mirando el problema desde otra perspectiva, esto también puede representar una oportunidad para equilibrar un poco la proporción entre los libros que se editan en España y los que se publican en el resto de los países hispanoparlantes.
Como punta de lanza en la búsqueda de este equilibrio está la buena literatura que se escribe hoy en día en México, Costa Rica, Perú, Colombia, Venezuela, Argentina, Chile, Ecuador, Brasil, etcétera. Dentro de los muchos cambios paradigmáticos que ha traído consigo la crisis española, se encuentra la apertura a la literatura en castellano que se escribe fuera de sus fronteras. El suplemento cultural Babelia del diario El País comenzó hace unas semanas la publicación de una serie de perfiles sobre escritores latinoamericanos tratando de renovar así el mapa geográfico de la literatura en castellano. Una actitud que haríamos bien en imitar donde leemos poco a los españoles y aún más poco al resto de escritores latinoamericanos.
Una oportunidad inmejorable para ello –para abrirnos a lo que se escribe en la región que se encuentra entre Guatemala y Tierra del Fuego– es el colombiano Juan Cárdenas. Los estratos, su más reciente novela, acaba de llegar a las librerías de México. La trama es simple: un joven burgués venido a menos intenta realizar un viaje hacia el pasado, hacia un recuerdo vago y distante, que lo lleva a atravesar los estratos que componen la sociedad colombiana en un desesperado intento por encontrarle sentido a su vida. Los estratos no son nociones intangibles ni teóricas: son delimitaciones geográficas que traen consigo formas de hablar, de pensar, de vestir, formas incluso corporales que se diferencian conforme se avanza desde lo lumpen hacia lo acaudalado.
La historia no sólo está magistralmente narrada sino que contiene entrelíneas una feroz denuncia acerca de la violencia encarnada en el modelo de vida contemporáneo anquilosado en el consumo y la acumulación. Además de una estupenda novela, los lectores mexicanos encontrarán en Los estratos un desconcertante parecido con la trágica realidad –en cuanto a la distribución de la riqueza se refiere– que impera en nuestro territorio. Un espejo hermosamente labrado que nos devuelve una dolorosa imagen de nuestro país.
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