La terraza del hotel Green Park está decorada con nostalgia por la campiña inglesa del siglo XIX. Adornan las paredes escenas de cacería, de jinetes saltando sobre un río y naturalezas muertas. Los muebles de jardín son imitación cobre, y hay otros de madera que alguien en tripadvisor describe como faux chippendale. El techo es de una tela desplegable color mamey. No hay un alma en toda la terraza más que un único mesero. Un turista se queja en Internet de que el hotel anunciaba un servicio de High Tea pero el único mesero no tenía idea de qué cosa era eso. Parece en realidad que no hay nadie en el edificio entero, esta mañana de domingo. Con todo y la enorme fama de la que goza la terraza gracias a su vista: está frente a Avenida Constituyentes y da al bosque de Chapultepec. Sus diecisiete pisos permiten ver por encima de las copas, verdes ya en este febrero tan caluroso como el más cruel de los abriles.
Cuando voy llegando a la ciudad en avión la mancha verde del bosque es inconfundible desde el aire. Tras la ventanilla, se expande hacia sus límites como una mano larga, y contamina las cuadras que la circundan, confundiéndose con la ciudad en las calles arboladas de la colonia San Miguel Chapultepec. Hay dos árboles que siempre me permiten identificar mi casa cuando el avión se aproxima o en las fotografías aéreas de Google Maps: dos laureles gigantes que parecen haberse alejado del bosque sin querer y que se encuentran a unas cuantas cuadras de la entrada del bosque conocida como Las flores. Allí antes se detenían los autobuses de turistas a admirar los puestos, frente a la estatua de Heriberto Jara, el mecenas de los estridentistas, pero hoy, bajo la construcción de mármol blanco, se venden apenas algunas flores y varias coronas funerarias. Esta es una entrada pequeña, no como la puerta de Los leones, que vigilan aquellos dos grandes felinos de bronce en postura de alerta y rugiendo. El hotel Green Park, que es parte de la ampliación del hotel Park Villa, se encuentra allí, en la frontera entre la ciudad y el parque, la naturaleza domada y el asfalto salvaje.
La parte antigua del hotel se resguarda dentro de la colonia. Allí se encuentra el restaurante, el Jardín del conquistador, al que se ingresa por la calle general Juan Cano, a través de un toldo verde. El edificio era originalmente una casa de principios del siglo XX aunque hoy está remodelada y pintada de un color naranja chillante que casi logra disfrazar su antigüedad. Desde que era niña ese era mi lugar favorito de la colonia en la que crecieron mi abuela y después sus hijos, por aquello de los leones.
Debido a su cercanía con Los Pinos, el hotel Park Villa es lugar predilecto de los políticos durante la hora de la comida. Su menú español, famoso por ser de buena calidad y caro, contrasta con los platos de talavera y la decoración Fonart del interior. Uno de los principales atractivos culinarios es la langosta. Varias de ellas, con las pinzas amarradas, yacen al fondo de una pecera turbia esperando, como los extraterrestres de Toy Story, que las elija la garra y las transporte a otro mundo subacuático, más cálido. A la entrada del hotel había antes una foto de Vicente Fox, pero la quitaron después de la toma de posesión de Peña Nieto. Si preguntas ahora por ella los meseros te dicen que “fue reubicada”. Nunca hubo foto de Felipe Calderón.
Al atravesar el restaurante se llega al jardín, donde en medio de las plantas, del puente falso, de la cascada artificial, y junto a la libre interpretación de una cabeza olmeca, unas cinco guacamayas saltan y gritan a todo pulmón. Sus jaulas están abiertas y de su alimento comen también docenas de gorriones, con más sobrepeso que las ardillas de Chapultepec. Hace algunos años otras jaulas contiguas guardaban urracas, cacatúas y más aves exóticas; hoy están vacías. Junto a las guacamayas hay una fuente que escupe agua del hocico dorado de un león y al lado, en una jaula, están los de a de veras. La estructura de la jaula, de unos cuatro metros de largo, es de metal y hace juego con la arquitectura del área moderna del restaurante, estilo invernadero victoriano. Tras los barrotes hay dos leones adultos: Shana y Sebo.
El hotel es también famoso por recibir en sus cuartos a los políticos y burócratas con sus respectivas acompañantes. Una tarjeta de presentación de hace cincuenta años decía: “Restaurant ‘Jardín del Conquistador’, Hotel Park Villa. Venga a comer al ‘Jardín del Conquistador’ y conquiste a su pareja. Pase discretamente desde el Restaurant al Hotel. Estamos a sólo dos cuadras de Los Pinos”. Me han dicho que la mujer de traje sastre que desde hace años me encuentro en la esquina de mi cuadra es cliente frecuente. Me pregunto si los leones, tanto más masculinos que los escuálidos seres humanos, pretenden funcionar como una especie de afrodisiaco, que incita a una “conquista animal”. Una de las vecinas cuenta que desde que era niña veía, cuando iba a jugar a la calle, una limousine esperando junto al hotel. Alguna vez preguntó y le dijeron que el hombre que salía del auto era el pintor José Luis Cuevas, que allí se reunía con su amante mientras el chofer esperaba en el coche. Dice la vecina que sólo cuando murió su esposa Bertha, Cuevas dejó de ir.
Los felinos duermen abrazados, con la pata de ella sobre el hocico de él. Dicen que esta pareja de leones se entiende como ninguna de las que antes ha vivido en el hotel. Desde hace años, el mismo hombre limpia las jaulas y alimenta a los leones, le sirve diario carne de res al macho y dos pollos a la hembra. Cuenta que estos leones se quieren tanto que siempre guardan un poco de su platillo para que el otro lo pueda probar. La jaula apesta a orines y a león. Resulta que aquel dicho no es metáfora. Quizás eso explica las matas contiguas de lavanda que no logran amortiguar el amoniaco. Se dice que uno de los leones anteriores gustaba de acercarse a los curiosos junto a la jaula y marcar su territorio salpicando sus piernas.
Dos niños se acercan con sus smartphones a las rejas, verdes como las de Chapultepec. En el entramado de la jaula se notan dos etapas de construcción: la primera con agujeros más grandes y la segunda con una trama más fina. Una amiga de mi abuela dice que alguna vez una mujer extranjera metió la mano a la jaula y uno de los leones le comió un dedo entero. Quizás la segunda capa vino después del ataque. También hay otro tipo de rumores, de un hombre que una vez se metió a la jaula durante horas y que los leones no se comieron de milagro.
Una vecina me dice que es amiga de los dueños. Que han de estar en España porque de allí son. Asegura que odian que la gente les pregunte por los leones porque temen meterse de nuevo en problemas con la Semarnat y enfrentar otra demanda. La historia del hotel me la cuenta un mesero. Dice que el hotel fue primero de una mujer, después de unos canadienses y ahora de estos españoles. Lo fundaron en 1953 y en ese entonces tenía un terreno enorme para recibir las casas rodantes de los gringos y canadienses que en esa época todavía atravesaban México sin miedo. Ahora, dice otra vecina con tristeza, viene puro turismo local. Ese cambio de un hotel turístico a uno “de paso” causó un enorme descontento entre las vecinas, que descendían de familias adineradas o pretendían defender “valores familiares” que sentían ya casi extintos. La posibilidad de que se construyera otro edificio en el hotel hizo temblar a varias vecinas que temían al ruido y los escombros de la construcción, o a que apareciera una de esas cuevas que cada tanto surgen bajo los lagos de Chapultepec y que comienzan a tragarse la tierra.
Una de ellas guarda los archivos de sus luchas contra la delegación para impedir que se ampliara el hotel. Es ilegal, argumenta citando el dato preciso de artículos y leyes, construir hoteles y/o comercios de este tipo desde Parque Lira hasta Circuito Interior, las avenidas más próximas. La vecina se pregunta cuánto dinero habrán dado los dueños a las autoridades para lograr la construcción del hotel. Entre las cartas que firmaron los vecinos se encuentra una dirigida al delegado que dice:
“El ‘MOTEL’ se ha convertido en entradas y salidas constantes de coches para el uso de sus habitaciones, creando graves molestias y una imagen negativa en esta colonia, máxime que estas instalaciones se encuentran en vecindad con el Bosque de Chapultepec, con instituciones lectivas, casashabitación y la Residencia Oficial de los Pinos”.
Mis abuelos tuvieron cuatro hijos: tres mujeres y un hombre. Mi abuelo siempre decía que él no había tenido hijas, sino leonas rasuradas. Mi madre y sus hermanas se unieron a las vecinas de la San Miguel Chapultepec que trabajan desde hace años en conjunto para defender la colonia. Por motivos a veces conservadores, otras vanguardistas, han detenido cientos de planes de desarrollo que buscaban convertir a la San Miguel en otra colonia Condesa, atiborrada de comercios, sin reglas para controlar las demoliciones de casas antiguas, las construcciones ilegales de edificios y oficinas, la sobrepoblación, a los coches o al ruido. Hay quien sigue preguntándose cómo no aceptan los tratos con las inmobiliarias que les ofrecen millones por sus diminutas casas, o incluso darles dos o tres departamentos en los edificios enormes que quieren construir. Les ofrecen hacerse ricas y no quieren. Ellas hablan de patrimonio (con todo y el prefijo pater, padre, estando mater ya ocupado en matri-monio), ellos de territorio.
Los leones aparecieron en los años setenta. Un día una de las vecinas vio llegar al hotel a un cachorro de león que compartía una diminuta jaula con un pastor alemán. Esa primera leona también se llamaba Shana, que incidentalmente es uno de los nombres más comunes en el fan fiction del Rey León, y vivió 25 años en el hotel. Fue a dar allí después de que un amigo del hijo de los dueños se la regaló, diciendo que estaba enferma y a punto de morir. Salvo que no se murió. Siguió creciendo, y de pronto ya era demasiado grande para tenerla en su casa y después demasiado grande para su jaula y para seguir conviviendo con un pastor alemán.
Shana tuvo varias parejas y la última es el macho de seis años que ahora abraza a la nueva leona. De dónde sacó el amigo aquél a Shana o de dónde salieron las siguientes parejas, es un misterio. También lo es a dónde se han ido los cachorros que han nacido en el hotel. Unos huéspedes comentan en tripadvisor: “The two lions may or may not be ‘African rescue lions’ but they’re in a tiny little cage and pitying them (despite other greater and more serious problems in both the world and Mexico City) put me off my breakfast”. Todo parece indicar que conseguir leones en México no es demasiado problemático. Una de las vecinas se queja del estado en el que tienen a esos leones y dice que un primo suyo tenía uno en el frontón de la colonia vecina. Vivía en una alberca vacía, cosa que a ella la parece un arreglo muy decente para un león. La nueva leona, que también se llama Shana, está embarazada. Probablemente en mayo nacerá el cachorro.
No todas las vecinas se quejan de vivir junto a los leones. Una que creció al lado del hotel asegura que estos felinos siempre la han protegido. Como esa vez en la que unos supuestos electricistas querían entrar a su casa a medir la luz y al cruzar el umbral de la puerta escucharon rugir a los leones. Al preguntar si tenían un león en la casa, la madre de la vecina, que entonces era una niña, dijo que no uno sino dos, y los electricistas salieron corriendo.
Dos veces han desaparecido durante la noche. La primera, hace once años, cuando un veterinario denunció a los dueños del hotel por el trato hacia los animales. Y la segunda en octubre del año pasado. De noche se llevaron al macho y a la hembra, para entonces ya entrada en años, y días más tarde regresó tan sólo el león.
Después de la disputa inicial con las vecinas, por fin se construyó, junto a la parte original del hotel, el Green Park, un “hotel boutique” salvo que si por “boutique” entendemos un lugar exclusivo y pequeño, éste es todo lo contrario. Es uno de los edificios más altos de Constituyentes, enorme, y tiene la mejor vista hacia el bosque. El mesero del Jardín del Conquistador me cuenta con orgullo que están trabajando en el spa y que desde la terraza se puede ver a Peña Nieto hasta cuando se rasca la nariz. El edificio sería entonces precursor del plan que tiene el arquitecto Alberto Kalach para Avenida Constituyentes: convertirla en una especie de Quinta Avenida llena rascacielos lujosos y modernísimos con vista al parque.
Mi abuela contaba que hace muchas décadas podía aún escuchar rugir a los leones del zoológico de Chapultepec. Con la remodelación del zoológico y conforme fueron tirando las casas viejas y construyendo más y más edificios altos, su sonido se fue oyendo cada vez más bajo. Muchos de los vecinos que todavía viven en casas de un solo piso, ahora rodeadas de edificios, se quejan de que no les llega la luz del sol. Es más difícil reparar en cómo estas construcciones también bloquean el sonido.
Leí en alguna novela que para muchos animales el zoológico es como una especie de hotel: no extrañan su libertad ni necesitan un terreno más grande porque, al igual que los humanos en una casa o un cuarto de hotel tienen a la mano comida, agua y compañía, sin tener que buscarla en terrenos enormes. Es más, tienen todo esto sin la necesidad de pelear con otros para defenderlo, sin luchar contra predadores o parásitos que los molesten. En el Serengueti los leones rugen para marcar su territorio. Los leones del Park Villa, que se encuentran literalmente en un hotel, siempre rugen en la misma dirección, hacia Chapultepec. A veces a las tres de la mañana. Hay quien jura que intentan todavía comunicarse con los leones del zoológico. Imposible saber si se aseguran de que nadie intente invadir su territorio, si están sólo conversando, o si sus gritos son en realidad de auxilio.
(Jazmina Barrera)