Ricardo Monreal, jefe delegacional en Cuauhtémoc, “obsequiaría” calentadores solares en el Día de Reyes, según una nota publicada el martes 5 de enero en el periódico El Universal. Intrigado por la cabeza abrí la liga para confirmar lo que suponía: que Ricardo Monreal no “obsequiaría” nada, sino que entregaría equipo comprado con el dinero de la delegación, es decir, que en todo caso los “regaladores” seríamos los contribuyentes y no el político. La historia vale la pena, más allá de la anécdota, porque muestra cómo se entiende con frecuencia el uso de los recursos públicos desde los gobernantes y, en no pocas ocasiones, desde los medios de comunicación.
Como prueba, el 13 de noviembre, Miguel Ángel Mancera tuiteaba: “Seguiré sustituyendo microbuses por autobuses nuevos y sustentables para que viajes cómodo y seguro”. Como podrán imaginar, los cambios de los que habla el jefe de Gobierno no serán pagados de su cuenta personal, sino que serán el resultado de los impuestos que pagamos. Y así podríamos seguir, como muestra esta otra cabeza del diario Milenio que hace unos meses afirmaba: “Entrega Peña acueducto El Realito”, en San Luis Potosí.
Lo que esas y muchas otras notas muestran es la tendencia, nefasta por cierto, de personalizar el poder. De suponer que lo que pasa es resultado de voluntades individuales y no del trabajo colectivo; de colocar sobre quien gobierna un poder no sólo material, sino simbólico, que los hace capaces de “obsequiar”, “entregar” o “repartir”, como si se tratara de su generosidad y no de políticas públicas.
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El tema es importante. Primero, porque ya estuvo bien de que los políticos hagan caravana con sombrero ajeno y utilicen el dinero de todos para promover su imagen personal; y lo más importante, porque el enfoque, la manera en que contamos esas notas, es relevante porque no pondríamos el mismo interés si tuviéramos claro que no se trata de su dinero, sino del nuestro.
En México nos preocupamos cada año por cuánto nos cobran de impuestos, por si pagaremos más o no, pero poca atención ponemos cuando se trata de en qué y cómo se gastan esos recursos. Claro, en la teoría todos sabemos que el dinero público sale siempre de nosotros, pero lo cierto es que poco hacemos para cuidar mejor su destino final.
Para empezar a cambiar esa dinámica debemos exigir a los políticos que sean claros en su hablar, que reconozcan que ellos son sólo los administradores de los dineros que nosotros ponemos en sus manos, y a los medios los debemos presionar para que no se presten a ser cajas de propaganda que sólo sirven a quienes ya están pensando en la próxima elección.
Cambiar el lenguaje no es suficiente para cambiar la realidad, pero bien podemos empezar por ahí, por empezar a llamar a las cosas por su nombre. Y tal vez si dejamos de poner la lupa sobre los políticos y sus actos de “generosidad”, y la ponemos sobre nuestro dinero y sus efectos, podamos empezar a hacernos responsables de nuestro propio destino.