“Los otros”, por @drabasa

El término sociedad civil se convirtió en pieza esencial del vocabulario de nuestra ciudad durante el terremoto de 1985. Mientras el gobierno de De la Madrid hacía gala de incompetencia, inoperancia y falta de sensibilidad (negando, por ejemplo, que aterrizaran aviones de la Cruz Roja con asistencia humanitaria) la gente salió a las calles. Las tomó. Se organizó. Se improvisaron albergues y cuadrillas de rescate. Miles de personas fueron sacadas de los escombros por otros ciudadanos que no tenían ningún deber aparente de arriesgar sus vidas.

 A Henry David Thoreau, ese pensador naturalista norteamericano que escribiera un magistral ensayo que recoge la experiencia de un exilio voluntario al que se sometió en los bosques de Walden, se le atribuye una noción que se hermana con la esbozada en el párrafo anterior: la desobediencia civil.

En 1846 Thoreau se fue a la cárcel por evasión fiscal; Henry David se negaba a ser asociado, mediante la contribución tributaria, a un gobierno que sometía a otros pueblos con afanes imperiales (en concreto al nuestro durante la intervención estadounidense del 47) y permitía y promovía la esclavitud.

A pesar de que la naturaleza de ambas nociones, la sociedad y la desobediencia civil, es distinta: una pugna por la organización entre pares, la otra promueve la resistencia (pacífica) ante los atropellos del imperio de la ley, ambas están apuntaladas por un asunto central en la formación de cualquier sociedad digna: el cultivo de una conciencia crítica entre los ciudadanos. Poner límites ante los atropellos de las superestructuras sociales y conocer también los límites de los otros. Configurar una noción de la realidad compleja, multipolar, no una burda construcción que esté fincada en opiniones viscerales más que en un análisis reflexivo y objetivo de las múltiples realidades que conforman nuestro tejido social.

En fechas recientes llegó a las librerías de nuestro país el libro La fragilidad del campamento del filósofo mexicano Luis Muñoz Oliveira. En él, Oliveira hace un notable esfuerzo por darle cuerpo y forma a nociones de orden gregario que se usan con frecuencia pero con poco conocimiento de causa: tolerancia, democracia, justicia, moral. Uno de los aspectos que atraviesa a todas ellas es la aceptación de que la realidad se configura por la superposición de millones de miradas que tienen una percepción diferente sobre el mundo.

No existe tal cosa como la promulgación unilateral y unívoca de lo real. No existe, vamos, ni en la física –el estudio de la materia– tal cosa como una realidad indisputable, única. El disenso, la discusión, la aceptación de que hay más necesidades que las propias, la asimilación, el entendimiento de las diferencias y el abandono de los prejuicios, son condiciones indispensables para alcanzar un equilibrio social que abarque e incluya a todos. La idea, pues, de que la vida es en comunidad o no es.

 

(DIEGO RABASA)