Siempre pienso que ya no se pueden hacer anuncios más feos y, cada vez, el gobierno me demuestra que estoy equivocado: entonces sí se puede. Decir que la propaganda gubernamental está de la tostada no es una mera frase coloquial. Pensemos en el anuncio del Tribunal Electoral de la Federación (TEPJF): después de que el papá intenta darle una lección cívica a la hija, hablándole de la importancia de las instituciones, ella concluye con un diálogo idiota: “Es que no sé si comerme una tostada o un taco.” He pasado días intentando dilucidar la profunda relación entre elegir la garnacha y los gobernantes. Me queda claro que la hija tiene sobrepeso (la situación se repite en dos o tres spots más donde elige entre un tamal y otros alimentos altos en carbohidratos y grasas trans), y quizá por ahí vaya el mensaje subliminal: tenemos que elegir gobernantes y todos son chatarra. Me parece que el Tribunal quiso hacer un ejercicio de honestidad, pero sólo pudo hacerlo a nivel alegórico. Aún peores –sí, peores– son los anuncios que en los últimos días ha manejado la Semarnat. Partamos de algunos hechos incontrovertibles: México es un desastre ecológico por donde se le vea: si todavía hay porciones de selva sin talar es porque los caminos no han llegado hasta ahí. Si aún hay manglares en las costas es porque no ha habido suficientes inversionistas dispuestos a devastar ese ecosistema para construir un resort con campo de golf. Si todavía llegan mariposas monarca a estas tierras es porque no tienen otra opción. Lo mismo las ballenas o las tortugas que vienen a nuestras costas: no es algo que decidan, está en su programación genética. Si las tortugas dejan de venir no es porque encontraron otras costas, sino porque están en extinción. En el spot, la locutora te pregunta si sabes por qué las mariposas monarca y las ballenas vienen cada año a México. Y responde que es porque en México cuidamos a la naturaleza. Es tan estúpido como decir que las lluvias vienen a la capital porque aquí cuidamos el agua. Es decir: ni vienen por eso, ni cuidamos a la naturaleza (o al agua). Y claro, ese cuidado se lo adjudica la Semarnat, porque, como sabemos, con el dinero de nuestros impuestos el gobierno paga anuncios para promocionar que hace algo con el dinero de nuestros impuestos. La propaganda gubernamental tampoco escatima en clichés nefastos. Por ejemplo: las risitas al final. En la campaña del senado para la reforma educativa (que da más ñáñaras que la misma reforma o que los maestros en protesta), se oye la voz del profesor que pregunta qué le pusieron en la frente. Sus alumnos (voz de niños subnormales) contestan: “una estrellita”, y explican: “Porque para nosotros, ¡usted es el mejor!” Acto seguido, las risitas de los niños para cerrar el diálogo. Las risillas aparecen en decenas de spots gubernamentales como remate optimista-costumbrista; supongo que para generar empatía en el público. Un poco como el “jajaja” que usamos cuando decimos una verdad incómoda mientras chateamos: “Oye, qué mal te olía la boca hoy, jajaja.” Esperamos que con esas risillas nuestro interlocutor evite deprimirse. En los anuncios del gobierno nos deprimimos desde el inicio y entonces vienen las risillas. Por ser de pésimo gusto, no abundo en la castrosa campaña de la Presidencia, “entonces no se puede / entonces sí se puede”, porque… aunque sí se podía, no se pudo (¡hola, Selección Nacional!). Risillas.
(FELIPE SOTO VITERBO)