El cronista chileno Juan Pablo Meneses los bautizó como la Generación Bang. Yo les llamo “Los perros románticos”. El nombre se lo robé al salvadoreño Óscar Martínez, otro buen cronista que a su vez se lo tomó prestado a Bolaño. Empecé a decirles así porque de alguna manera tenía que nombrarle a mis amigos que les ha tocado cubrir la era de la muerte violenta.
Quizá han cometido errores a la hora de contar una historia —como a todos, la matazón los agarró desprevenidos y tuvieron que improvisar sobre la marcha—. Y quizá, como todo reportero que se precie de serlo, tengan su ego. Pero no chapotean entre la sangre, no hacen apología, no reproducen la narrativa oficial, no creen en el silencio, no buscan un estatus social ni están viendo cómo joder al prójimo. Lo sé porque ellos son amigos que me he regalado como hermanos. Les podría contar que a algunos los curtió el barrio y el hambre. O que otros renunciaron a las comodidades de un sueldo fijo y ahora hay veces que sufren para pagar la renta. También podría decirles que los he visto quebrarse a media historia o cuando el crimen les ha mandado a decir que van a matarlos. Podría, además, platicarles que tienen sus detractores: unos dicen que la ficción es la musa que los inspira, otros los acusan de lucrar con las víctimas o de publicar rumores; a un editor le oí decir que cada texto desde la línea de fuego no han servido para nada y no ha faltado el académico que ha dicho que las historias están llenas de clichés.
Pero yo no vine a discutir. Los años dirán en qué se equivocó esta generación, o no. En realidad yo vine a contarles que algunos de esos perros románticos son finalistas del Premio Gabriel García Márquez.
Marcela Turati, la incansable Turati, y todos quienes forman parte de Periodistas de a Pie están nominados en la categoría de cobertura. Ellos se organizaron para ir a Veracruz e investigar el asesinato del colega Goyo Jiménez. Es increíble que, después de publicar sus textos, Javier Duarte siga siendo el gobernador. Alejandro Sánchez, el ex boxeador, también es finalista en esta categoría. Si hubo alguien que nos explicó cómo el gobierno federal armó al pueblo michoacano y por qué luego metió a los líderes de las autodefensas a la cárcel, ese fue el Jibarito Sánchez.
Diego Osorno, el vaquero, es finalista en la categoría de texto. Él fue de los primeros que nos contó cómo el robo de 800 kilos de cocaína provocaron el asalto y la destrucción de Allende, un pueblo de Coahuila en el que Los Zetas usaron ranchos como campos de exterminio, todo bajo el silencio oficial. Alejandra Sánchez Inzunza, la sinaloense, también compite con la historia de un juez brasileño que la mafia quiere matar.
Todos ellos ya ganaron. Y algo deben estar haciendo bien.
Por eso, como dice Bolaño, “Estoy aquí, dije, con los perros románticos y aquí me voy a quedar”.
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