Los primeros días de la Ciudad de México

El miércoles 14 de agosto de 1521, Hernán Cortés se levantó de buenas, aunque también con mucho trabajo por delante. El día anterior (día de San Hipólito Mártir, día 1-Serpiente del año 3-Casa, día de una fuerte tormenta que duró hasta la medianoche) acababa de apresar a Cuauhtémoc y otros jefes en el barrio tlatelolca de Tepito. Al conquistar el imperio más poderoso de Mesoamérica, estaba convirtiendo a España en el reino más poderoso del mundo.

Lo primero que hizo, si hacemos caso a la relación de Bernal Díaz del Castillo, fue ordenarle a Cuauhtémoc que adobara los caños de agua de Chapultepec y quitara los cadáveres de las calles y aderezara los puentes y calzadas y reconstruyera los palacios y las casas para habitarlas de nuevo. Le dio dos meses. Además, el metelinense ordenó a sus hombres construir un arsenal para guardar los bergantines (estas “atarazanas” fueron concluidas al año siguiente en donde hoy cruzan Alarcón y Ferrocarril de Cintura).


Placa en el ex templo de San Lázaro, Alarcón y Ferrocarril de Cintura. (Foto: @MVivant)

Con la misma presteza, y a pesar de hallarse “malo del hedor que se le entró en las narices y dolor de cabeza en aquellos días que estuvo en el Tlatelulco”, pidió a su capellán Juan Díaz y a Bartolomé de Olmedo que dijeran una misa cantada en el Templo Mayor. Y despidió a los aliados tlaxcaltecas, cempoaltecas, totonacas, texcocanos, chalcas, cholultecas y huexotzincas, los cuales regresaron a sus tierras cargados de regalos.

Sólo entonces, el 17 de agosto, Cortés se mudó de regreso a su “amada villa” de Coyoacán, acompañado por los meros meros, entre ellos Cuauhtémoc, y con los 80 caballos que quedaban. En Tenochtitlan permaneció hasta principios de 1522 una guarnición comandada por Juan Rodríguez de Villafuerte para echarle un ojo a la limpieza y restauración de la ciudad. Una vez en Coyoacán, el conquistador habitó una casa de muros blancos, cerca de un manantial, en la actual Plaza de la Conchita. También ahí estaban la residencia del adelantado Pedro de Alvarado y una capilla dedicada a la Inmaculada Concepción, donde rezaba la Malinche, quien un año y pico más tarde daría luz a Martín Cortés.


Capilla de la Inmaculada Concepción, Coyoacán. (Foto: Enrique López-Tamayo, Flickr)

Poco antes de fundar el ayuntamiento, Cortés organizó un banquete para celebrar con vino y puerco la toma de Tenochtitlan. Que no se crea que los cerca de 900 supervivientes españoles participaron en él (la mayoría se había desperdigado por Cuautitlán, Ecatepec y otras poblaciones en tierra firme), pero sí los capitanes y soldados importantes, como el referido Bernal, quien escribió acerca de esta primera fiesta de la capital novohispana: “No había asientos ni mesas puestas para la tercia parte (…) y valiera más que no se hiciera aquel banquete por muchas cosas no muy buenas que en él acaecieron y también porque esta planta de Noé hizo a algunos hacer desatinos y hombres hubo en él que anduvieron sobre las mesas después de haber comido”.

Así de enfiestados, poco se imaginaban lo mal que les caería la noticia sobre el escueto botín: las barras de oro que se consiguieron al fundirlo apenas alcanzaban los 38 mil pesos. Algunos soldados, sospechando, dejaron pintas en las paredes de la casa del conquistador. Bernal habla de una que escribieron unos tales Tirado, Villalobos, Mansilla y otros: “¡Oh, qué triste está la ánima mea hasta que todo el oro que tiene tomado Cortés y escondido lo vea!”. Una mañana, Cortés contestó: “Pared blanca, papel de necios”. Pero por la noche los soldados agregaron: “Y aun de sabios y verdades, y Su Majestad lo sabrá muy presto”.

Mientras tanto, los indios del Anáhuac la pasaban re mal. En Visión de los vencidos (1959) se habla de los supervivientes mexicas, que iban “con andrajos, y las mujercitas llevaban las carnes de la cadera casi desnudas. Y por todos lados hacen rebusca los cristianos. Les abren las faldas, por todos lados les pasan la mano, por sus orejas, por sus senos, por sus cabellos”. Y se cuenta que murió “casi toda la nobleza mexicana”. A Cuauhtémoc, ahora cihuacoatl o lugarteniente, se le humilló bautizándolo como Hernando Alvarado Cuauhtemotzin.



‘Templos paganos y primera misa en México Tenochtitlan’ (José Vivar y Valderrama, Siglo XVIII)

Así fueron los primeros días de la nueva ciudad, la cual recibió el nombre de México porque los tenochcas que sobrevivieron seguían invocando a Mexi, uno de los nombres de Huitzilopochtli, en las cercanías del Templo Mayor (no sería demolido sino hastsa 1538, según un artículo de Manuel Toussaint). Se referían al templo como “meshico”, que significa “lugar de Mexi”. Así, pues, comenzó la historia de nuestra ciudad mestiza, cuando todavía no había arquitectos ni frailes ni virreyes ni alcaldes ni regidores ni arzobispos ni traza urbana ni repartición de solares ni iglesias ni trigo.

Sirva esta crónica como un testimonio súper póstumo de lo que ocurrió despuecito del “y vivieron infelices para siempre”.

(JORGE PEDRO URIBE LLAMAS / @jorgepedro)