Demasiadas malas noticias llegan de Veracruz. Y casi todas sobre muerte, tristeza, desolación.
La inseguridad del estado resonó fuerte en el último mes, pues 5 jóvenes fueron levantados por agentes policiacos y no se les volvió a ver con vida. Los chicos fueron detenidos para una revisión de rutina pero, en lugar de ser procesados, los policías estatales los entregaron a una célula del crimen organizado, dando muestra – de nuevo- de la colusión de los cuerpos de seguridad.
Hoy, las versiones apuntan a que fueron ejecutados, pues en un rancho encontraron restos de dos de ellos. Pero es solo la punta de un iceberg nada alentador. En el mismo rancho se hallaron restos humanos que pueden ser de cientos de personas desaparecidas, en lo que nos recuerda todo lo que investigadores se han topado en la búsqueda de los 43 de Ayotzinapa en Guerrero.
La reportera Anabel Flores fue desaparecida en Veracruz y, lamentablemente, también asesinada; su cuerpo fue encontrado en Puebla.
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Con el de Anabel, durante el gobierno de Duarte en Veracruz se cuentan ya 11 asesinatos de periodistas, además de otros tres desaparecidos. Los profesionales de la comunicación han sufrido múltiples amenazas y agresiones; y el gobernador solo atina a pedirles que se porten bien.
Algunas organizaciones creen que esos datos subestiman el problema, pues podrían llegar a 16 los periodistas asesinados y cuatro los desaparecidos. Pero periodistas o no, la muerte ronda Veracruz.
Las autoridades estatales actúan con desdén. No hay acciones ni políticas públicas que permitan revertir una cifra nada honrosa: 1 de cada 4 desapariciones en el país sucede en Veracruz.
Este año habrá elecciones en Veracruz para renovar el gobierno y Duarte entregará un estado que sucumbió ante la delincuencia, que empeoró en pobreza y que no genera lo que era antes el orgullo de ser veracruzano.
Son tiempos de dolor y tristeza en uno de los más bellos y desolados estados del país. Algo debe cambiar. Alguien debe responder por esto.
