Las democracias están en peligro. Las hipótesis del origen de la amenaza son varias y, en ocasiones, complementarias, pero las señales de alerta están a la vista.
Para algunos teóricos, las naciones con avances institucionales y de sociedad civil significativos deberían llegar a un punto de “consolidación democrática” en que ese sistema se sostendría a sí mismo.
La evidencia recolectada por distintas organizaciones mostraba que, por décadas, el modelo se confirmaba por la evidencia. Tras la caída de los regímenes totalitarios en Latinoamérica y el impacto del fin de la Guerra Fría en Europa, no cabía duda del avance en occidente.
La democracia, pensábamos, era invencible.
Sin embargo, en los últimos 10 años, las mediciones de libertad —asociadas con la democracia— han revertido su tendencia ascendente y hoy muestran un escenario de crecientes restricciones a la libertad en el mundo.
Para evaluar si los países se mueven en este retroceso, dos investigadores han propuesto un modelo que se resume en la importancia que dan los ciudadanos a mantenerse como democracia; la disposición de la gente a formas alternativas de gobierno, y si avanzan los mensajes de movimientos o partidos políticos cuyo centro es la falta de legitimidad del sistema.
Yascha Mounk y Roberto Foa, los creadores del modelo, han encontrado signos un desgaste de la democracia en naciones donde la democracia se consideraba consolidadas, pues cada vez menos personas en esos países ven esencial la democracia como gobierno.
A la vez, el respaldo a formas de gobierno autoritarias se ha casi triplicado en Europa en menos de 20 años, siendo los jóvenes quienes menos rechazo muestran a la imposición de un régimen militar.
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Hasta aquí, todos sabemos que la democracia muestra signos de riesgo. Tanto el descontento con ella como la creciente preferencia por el autoritarismo dejan ver que, políticamente, el mundo se mueve contra ella, incluso antes del éxito electoral del brexit y Donald Trump.
Lo sucedido en el Reino Unido y Estados Unidos deja claro que la amenaza a la democracia ha permeado a la tercera clasificación: quienes se presentan como antisistema han logrado éxitos electorales cuestionando la legitimidad de sus sistemas democráticos.
Aunque no existiría acuerdo sobre si el grado de consolidación de la democracia en México, sí hay señales de retroceso las tres dimensiones planteadas.
Existe desencanto en la democracia en nuestro país y el electorado se ha alejado de las urnas. Aunque más de la mitad de los mexicanos la prefiere como sistema, no es una proporción que alcance los dos tercios. Y, finalmente, la plataforma a la que el partido Morena convoca para su nueva plataforma electoral parte de cuestionar la legitimidad del sistema democrático al asegurar que la República es simulada y que las instituciones están secuestradas.
Nuestra democracia, hoy, depende del electorado, mucho más que de los candidatos y los partidos políticos. Si decidimos no hacer nada o, de plano, ir contra ella y aceptar un régimen antidemocrático, después nos tendremos que hacer cargo para explicar a las generaciones por venir del error que habremos cometido.