Hilda es una recomendable película escrita y dirigida por mi amigo Andrés Clariond. Trata sobre una señora rica obsesionada con una de las trabajadoras que hacen la limpieza de su mansión en la que también viven su esposo empresario, su hijo poeta, su nuera estadounidense y su nieto recién nacido, así como un pelotón de sirvientes.
El largometraje de ficción está basado en una obra de teatro de la autora francesa de origen senegalés, Marie NDiaye. Pude mirar el filme antes de su corte final ya que Andrés también es mi socio en Agencia Bengala. Desde ese momento me impresionó la tensión social que logró representar de una manera tan íntima y plagada de un humor bastante oscuro, a través de los personajes de la señora rica y la empleada doméstica, interpretados por las actrices Verónica Langer y Adriana Paz.
Creo que la película me cautivó debido a que en el corazón de la trama están como ejes principales la dominación y la resistencia, dos conceptos que me han guiado al reportear y al escribir. Es en esa disputa entre cualquier tipo de poder establecido y la rebeldía que se organiza para hacer frente, donde se encuentran mis preguntas periodísticas y literarias más importantes.
Estoy de acuerdo con el filósofo boliviano Raúl Prada en que la teoría de la lucha de clases de Marx no es una clasificación botánica, como muchos marxistas dogmáticos creen, “sino es una puesta en escena de la lucha de clases, una puesta en escena a través del drama del enfrentamiento de dos protagonistas históricos, el proletariado y la burguesía. Se trata de una teoría no sólo crítica sino dinámica de la lucha de clases”.
Hilda plantea esa puesta en escena de una manera muy íntima y original en el cine de México, por hacerlo desde el lado dominante. A mí me ha tocado atestiguar y narrar, desde perspectivas diferentes, la existencia de esa lucha de clases. Mi libro Oaxaca Sitiada cuenta la primera insurrección que hubo en México en el siglo XXI en un lugar pobre y sojuzgado durante largo tiempo. Se relata el conflicto desde las barricadas populares, aunque también entrevisté al cuestionado gobernador y a todos los miembros de la clase política que gobernaba en ese momento, e incluso a los jefes policiales que encabezaron la represión.
En contraste, aunque bajo la misma sombra teórica de la lucha de clases, en un libro que está por salir (Slim. Biografía política del mexicano más rico del mundo), lo que trato de hacer es contar la vida de uno de los mayores representantes del capitalismo moderno, mediante una serie de entrevistas inéditas con él, así como de una investigación de años en torno a sus peculiaridades, contradicciones, intereses y estrategias, para lo cual hablé incluso con sus diferentes críticos y enemigos.
Entre un libro y otro, la lucha de clases ha sido un común denominador de mi trabajo. Otro ejemplo que podría incluir es la crónica que hice de la élite que dirige al narcotráfico mexicano (El Cártel de Sinaloa. Una historia del uso político del narco) o bien, la denuncia del crimen institucional cometido contra los 49 hijos de obreros de Sonora (Nosotros somos los culpables. La tragedia de la Guardería ABC). El prontuario incluye también el documental El Alcalde, donde se muestra la manera en que la ciudad más rica de México se organizó para contener la violencia de la llamada guerra del narco.
Parafraseando a Marx, la lucha de clases es el motor de Hilda, así como el de mis historias y las de muchos otros narradores a los que no tocó vivir en esta era desigual y efervescente.
No ver la lucha de clases es no querer ver la realidad. En ese drama gira la Historia.