Para Alexander Mora
“Lo que me gustó de Ahmed es que era un chico muy seguro de sí mismo pese a que no tenía nada. Tú sabes que por ser palestino no tienes nada: ni derechos ni nada, pero a pesar de eso, Ahmed siempre estaba sonriendo y siempre estaba muy seguro de sí mismo”, me dijo Marcela, una mexicana a la que conocí en 2008 en un campo de refugiados palestinos del sur de Líbano. El hombre del que hablaba, Ahmed, era su esposo.
Ahmed era traductor y trataba de vivir de eso en el campo de refugiados. Cuando lo conocí, no hacía aspavientos, como muchos otros palestinos. Una tarde antes, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, iniciaba un recorrido por Medio Oriente amenazando con ampliar la invasión de Irak a Siria e Irán, si se seguían portando mal. Le pregunté a Ahmed su opinión y me dijo: “Los pájaros, unos segundos antes de morir, dan los aletazos más fuertes”.
En 2011, recordaba mucho de Ahmed, mientras me enteraba de la primavera árabe que recorrió Túnez y Egipto, y también cuando viajé a Chiapas a seguir la Caravana por la Paz encabezada por Javier Sicilia. En especial recuerdo una historia que me contó cuando le pregunté lo que pensaba sobre la guerra, así, a secas, esa palabra que volvió a ser común en México y que también lleva cincuenta años siendo habitual -de manera más dramática que en ningún otro sitio del mundo- en Palestina.
Ahmed acomodó su cuerpo como si me fuera a relatar una larga e intrincada historia. Empezó diciendo que los musulmanes acostumbran, cuando un familiar muere, velar su cuerpo durante tres días seguidos sin parar. Tres días en los que se bebe y bebe café para mantenerse despiertos, como indica la tradición. No cualquier café logra eso. En los velorios musulmanes se bebe un café especial que ayuda mucho a mantener la vigilia. Antes este café era preparado exclusivamente por alguien de la familia, así lo indicaba la tradición. Sin embargo, ahora hay musulmanes con dinero que contratan a personas para que se encarguen de dar este servicio en los funerales de sus muertos. A cambio de 200 dólares nunca falta café para cumplir el rito.
“No es difícil imaginar – me dijo Ahmed- que quizá algunas noches, estas personas que se dedican a servir café en los funerales, cuando rezan, le pidan a Alá que tengan más trabajo. O sea, que haya más muertes. Así como pasa con esas personas, pasa con los líderes políticos palestinos y los líderes de otras partes del mundo: de forma inconsciente o consciente necesitan de muertos para seguir manteniendo sus trabajos. Por eso las luchas aquí y en muchos otros lados son a final de cuenta luchas contra la muerte”.
(Diego Enrique Osorno)